IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet
IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet
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se estrecha, se borra, reaparece y se pier<strong>de</strong> <strong>de</strong> nuevo entre la<br />
vegetación escasa. ¿A dón<strong>de</strong> ir cuando <strong>de</strong>saparece <strong>el</strong> camino?<br />
Mica<strong>el</strong>a duda, busca algún indicio. Mira <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o, rastrea las<br />
hierbas pisadas, las piedritas removidas <strong>de</strong> su lugar —pero no<br />
se ve nada, aún no ha salido la luna. Se sienta un momento para<br />
escuchar <strong>el</strong> rumor <strong>de</strong> la noche. Innumerables ruidos asaltan su<br />
conciencia, hojas que se rozan unas contra otras, criaturas <strong>de</strong> la<br />
noche que salen a buscar su sustento; a lo lejos, un ave gran<strong>de</strong><br />
alza <strong>el</strong> vu<strong>el</strong>o. No siempre es necesario ir a algún lado. Se para<br />
con precaución y se a<strong>de</strong>ntra en la tinieblas, <strong>de</strong>recho. Sin prisa,<br />
camina hacia las alturas. La noche es fresca y quieta, llena <strong>de</strong><br />
olores sutiles, familiares. Poco a poco, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>el</strong>la, siente una<br />
presencia. Primero, confusamente, escucha leves crujidos que se<br />
van acercando. Sin voltearse, tranquila, camina al mismo paso,<br />
evitando sólo <strong>de</strong> vez en cuando algún obstáculo, ora un matorral<br />
espinoso, hostil, ora un atolla<strong>de</strong>ro extraño, parecido a un río seco.<br />
La presencia se ha acercado. Sobre sus pisadas, Mica<strong>el</strong>a siente<br />
un paso idéntico. Sin necesidad <strong>de</strong> mirar, sabe que quien está<br />
inmediatamente <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>el</strong>la es Josefa, una mujer anciana, <strong>de</strong><br />
las primeras en incorporarse. Antes, Josefa era tejedora, pero su<br />
vista ya no alcanza. Apenas si ve lo sufi ciente para apuntar hacia<br />
<strong>los</strong> autos blindados, pero se niega a volver a la comunidad. Todos<br />
sus hijos ya están gran<strong>de</strong>s y su marido se las arregla sin <strong>el</strong>la, se ha<br />
conseguido otra mujer. Dice que mientras pueda caminar, pue<strong>de</strong><br />
ser útil en algo. Detrás <strong>de</strong> <strong>el</strong>la, adivina la silueta baja <strong>de</strong> Arnulfo<br />
—en la vida civil, es <strong>el</strong> alma <strong>de</strong> la marimba d<strong>el</strong> pueblo. Mica<strong>el</strong>a<br />
sonríe al saber que toda su columna la sigue. Detrás <strong>de</strong> Arnulfo,<br />
marcha Pedro, su primo, que no ha cumplido aún quince años,<br />
pero tiene la mirada <strong>de</strong> un anciano <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que mataron a su<br />
madre y a todos sus hermanos y hermanas, en Acteal. Después <strong>de</strong><br />
Pedro sigue Marib<strong>el</strong>. A Mica<strong>el</strong>a siempre le produce una emoción<br />
especial pensar en Marib<strong>el</strong>. La adoptó como a su hermana menor.<br />
Marib<strong>el</strong> se parece a <strong>el</strong>la cuando era más joven: siempre está<br />
alegre y sonriente. Es una muchacha muy int<strong>el</strong>igente. Antes <strong>de</strong><br />
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