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IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet

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D<strong>el</strong>ante d<strong>el</strong> fuego que crepita aún, <strong>de</strong>bilmente, Ixquic se<br />

estira. El tiempo se está acabando. Hasta <strong>el</strong> leño más macizo se ha<br />

reducido a una brasa rojiza. De su morral, Ixquic saca un libro viejo.<br />

Lo abre cuidadosamente. La página está marcada. Entonces en voz<br />

baja, a la luz <strong>de</strong> la última llama, lee: la que hace una revolución,<br />

materialmente, la hace siempre con la urgencia <strong>de</strong> cambiar su<br />

propia vida, no tiene i<strong>de</strong>al. En lo alto, las estr<strong>el</strong>las pali<strong>de</strong>cen,<br />

Venus cent<strong>el</strong>lea una vez más, <strong>de</strong>svaneciéndose. Lentamente, <strong>el</strong><br />

horizonte se <strong>de</strong>speja. Ixquic prosigue, con voz ronca: ciertamente,<br />

ha <strong>de</strong> ser bien pobre, <strong>el</strong> sujeto a quien pertenece esta revolución<br />

sin i<strong>de</strong>al ni utopía. Efectivamente, las mujeres son muy pobres.<br />

Leve, la brisa se levanta. Ixquic tirita. Justo a su lado, escondido<br />

en un matorral, empieza a cantar un pájaro. El alba afl ora. El aire<br />

se ha vu<strong>el</strong>to transparente y la voz <strong>de</strong> Ixquic llena <strong>el</strong> valle: pero<br />

esta revolución pobre no nos <strong>de</strong>be asustar, al contrario: Esta<br />

pobreza es <strong>el</strong> signo <strong>de</strong> que nos pertenece. Su mirada se pier<strong>de</strong> en<br />

la claridad que sube <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>el</strong> horizonte. Bruscamente, una rama<br />

cruje en <strong>el</strong> sen<strong>de</strong>ro. Ixquic adivina a las tres mujeres que vu<strong>el</strong>ven<br />

en fi la india. Mica<strong>el</strong>a avanza, muy erguida, seguida por Lorena,<br />

extrañamente viva, mientras que Gina cierra la marcha. Gina…<br />

¿Quién conoce <strong>los</strong> azares <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>caminos</strong>? Es mejor no apegarse…<br />

Las tres siluetas caminan en la luz <strong>de</strong> la alborada, con paso fi rme.<br />

Aún están lejos. Entonces, con presteza, Ixquic junta las brasas.<br />

Con gesto ágil, <strong>de</strong>sliza <strong>el</strong> libro en su morral, d<strong>el</strong>icadamente <strong>de</strong>ja<br />

<strong>el</strong> paliacate <strong>de</strong> Mica<strong>el</strong>a a la vista, encima <strong>de</strong> la calabaza <strong>de</strong> agua<br />

fresca. Luego se incorpora, con su sonrisa <strong>de</strong> siempre, y sin ruido<br />

<strong>de</strong>saparece entre <strong>los</strong> árboles. Su sombra ligera danza aún por un<br />

momento, diminuta, en la la<strong>de</strong>ra, y luego <strong>de</strong>saparece.<br />

¡Izta, oh madre! Todo vu<strong>el</strong>ve a ti…<br />

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