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IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet

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Y va en serio. El enemigo es <strong>de</strong>spiadado. Recuerdo como si fuera<br />

ayer… Las casas <strong>de</strong> seguridad, las leyendas y <strong>los</strong> compañeros<br />

en la montaña, famélicos, con la fe a fl or <strong>de</strong> fusil. La población<br />

civil, que cree en nosotros, salvajemente reprimida, las <strong>de</strong>nuncias<br />

internacionales. Después, me acuerdo d<strong>el</strong> pequeño cuarto <strong>de</strong> hot<strong>el</strong><br />

durante <strong>el</strong> encuentro feminista, en Taxco; <strong>de</strong> las horas pasadas<br />

en discutir encarnizadamente con Rosa y Merce<strong>de</strong>s, <strong>de</strong> las dudas<br />

que me asaltaban. Me hubiera muerto antes <strong>de</strong> reconocerlo, pero<br />

por <strong>de</strong>ntro no lo podía negar: ¡hasta <strong>el</strong> mismo Venancio, nuestro<br />

querido Venancio, era un patriarca <strong>de</strong> primera! Volvían <strong>los</strong><br />

ejemp<strong>los</strong> a la superfi cie uno por uno, como burbujas malolientes<br />

que me estallaban en la cara. Una sensación <strong>de</strong> vértigo que no<br />

cesaba. Todo iba <strong>de</strong>masiado rápido. Noche tras noche, me hacían<br />

ver todo <strong>los</strong> <strong>de</strong>talles pequeños y gran<strong>de</strong>s que había querido<br />

olvidar, lo <strong>de</strong>smenuzábamos todo hasta <strong>el</strong> amanecer. La última<br />

noche, la evi<strong>de</strong>ncia me cegó. Era tan obvio <strong>el</strong> abismo entre las<br />

lindas palabras <strong>de</strong> la organización y nuestra práctica cotidiana.<br />

Merce<strong>de</strong>s y Rosa me llevaron a bailar. Allí nos encontramos<br />

justo con esa colombiana que tanto me había impactado, Rosa y<br />

Merce<strong>de</strong>s se guiñaron <strong>el</strong> ojo, pero yo estaba en otro lugar. Las veía<br />

tan libres, tan f<strong>el</strong>ices, tan lejos <strong>de</strong> mí… Yo, la comandante Ursula,<br />

responsable en jefe <strong>de</strong> <strong>los</strong> frentes <strong>de</strong> masa <strong>de</strong> la organización,<br />

temblaba sobre mis bases. Volví a subir a la habitación que<br />

compartía con unas compañeras salvadoreñas y me fui directo<br />

al cuarto <strong>de</strong> baño, sin pren<strong>de</strong>r la luz. Allí me coloqué frente al<br />

enorme espejo, a punto <strong>de</strong> gritar. Y entonces, <strong>de</strong> repente, juro que<br />

vi la imagen <strong>de</strong> Suzana, nítidamente. En aqu<strong>el</strong> momento no dije:<br />

¿pata, para qué te quiero? Bajé corriendo las escaleras, todas las<br />

mujeres estaban en la pista <strong>de</strong> baile. Empecé a bailar con <strong>el</strong>las y<br />

luego no me acuerdo <strong>de</strong> nada. Volviendo a Guatemala, <strong>de</strong>spués<br />

d<strong>el</strong> encuentro, me repuse, por supuesto. Pero las semillas seguían<br />

germinando <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la superfi cie, implacablemente, hasta <strong>el</strong> día<br />

en que todo se quebró. No fue fácil. Tenía responsabilida<strong>de</strong>s: no<br />

podía <strong>de</strong>jar a <strong>los</strong> compañeros así no más, sólo porque se me habían<br />

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