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IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet

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armas… ¿Quién podría pensar en <strong>el</strong>lo sin reír? Ha habido casos,<br />

pero hasta ahora <strong>el</strong> éxito no ha sido patente. Están <strong>de</strong>masiado<br />

apretados <strong>los</strong> nudos, las posibilida<strong>de</strong>s son cada vez más estrechas.<br />

La bota que nos aplasta pesa miles <strong>de</strong> ton<strong>el</strong>adas. Gina tiembla,<br />

como animal espantado, pues la trampa también se ha cerrado<br />

sobre <strong>el</strong>la. No hay ningún lugar don<strong>de</strong> escon<strong>de</strong>rse, ningún lugar<br />

don<strong>de</strong> escapárs<strong>el</strong>es. Todo estos años, hasta antes <strong>de</strong> recibir <strong>el</strong> mail<br />

<strong>de</strong> Alba, la imagen <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Doña Soledad escondida entre<br />

las ramas, había estado fl otando en su mente, como una visión<br />

fugaz <strong>de</strong> un lugar don<strong>de</strong> huir, <strong>de</strong>sertar, refugiarse con las últimas<br />

tigresas y Doña Soledad en medio <strong>de</strong> la s<strong>el</strong>va. Más es <strong>de</strong>masiado<br />

tar<strong>de</strong>. No hay ninguna ilusión que abrigar, están acabando hasta<br />

con <strong>los</strong> últimos árboles. Ya estamos <strong>de</strong> espaldas a la pared, lo que<br />

nos queda es combatir, al igual que <strong>los</strong> zapatistas. Quisiera llorar.<br />

Pero, ¿por qué? ¿Por <strong>el</strong> horizonte cerrado? ¿Por la esperanza<br />

<strong>de</strong> una dulce vida <strong>de</strong> paz? El bucolismo no es <strong>de</strong> este mundo…<br />

Gina rechina <strong>los</strong> dientes. Se han llevado todo, todo nos lo han<br />

robado. ¡Qué sensación <strong>de</strong> <strong>de</strong>spojo, <strong>de</strong> vacío, <strong>de</strong> sabor a muerte!<br />

Las mujeres indígenas dicen que la tristeza es una enfermedad<br />

mortal. Las mujeres indígenas… Tropieza en una raíz, maldice,<br />

cae. Le corren las lágrimas.<br />

Después <strong>de</strong> un buen rato, Gina se tranquiliza, sus<br />

mandíbulas se r<strong>el</strong>ajan. Una hoja inmensa, justo d<strong>el</strong>ante <strong>de</strong> su<br />

nariz, se agita. La mira. Fue su movimiento él que la <strong>de</strong>spertó, la<br />

brisa, la vida que crepita en <strong>el</strong> aire. Sacudiendo sus pensamientos,<br />

Gina se acuclilla d<strong>el</strong>ante <strong>de</strong> la hoja, la observa, escruta sus<br />

nervaduras, acaricia la línea afi lada, transparente, <strong>de</strong> sus bor<strong>de</strong>s,<br />

su forma exacta. La admira larga, apasionadamente y, luego,<br />

como sin querer, se levanta y se pone en marcha otra vez. Poco a<br />

poco su paso se alarga, su pulso se ac<strong>el</strong>era. La s<strong>el</strong>va la ro<strong>de</strong>a, la<br />

invita. Gina siente cómo <strong>el</strong> aire palpita, cómo cada planta se lanza<br />

hacia la claridad, cómo se <strong>de</strong>spliega cada hoja, ávida, en <strong>el</strong> lugar<br />

preciso. Es un gesto inmóvil que llena <strong>el</strong> espacio, una excitación<br />

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