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IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet

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en aqu<strong>el</strong> entonces, allá don<strong>de</strong> nací. La vida era bien dura. Con<br />

<strong>los</strong> <strong>de</strong>más, mi marido había empezado la lucha por la tierra.<br />

Un buen día, allí mismo en la milpa, llegaron dos hombres y lo<br />

balearon. El niño estaba con su papá, había venido a traerle su<br />

pozol. Cuando lo vi volver, cubierto <strong>de</strong> sangre, supe enseguida<br />

lo que había pasado. Afuera, salían las estr<strong>el</strong>las <strong>de</strong> la s<strong>el</strong>va. Ese<br />

día, Doña Soledad no lloró. Curiosamente, se había sentido casi<br />

contenta <strong>de</strong> que hubiera muerto, aliviada. Pero no podía quedarse<br />

allí, con una mano ad<strong>el</strong>ante y otra atrás, sin un centavo, sin nada<br />

que darle <strong>de</strong> comer a sus hijos. Entonces agarró a sus cuatro<br />

niños, <strong>el</strong> mismo día en que enviudó, y se marchó hacia <strong>el</strong> sur.<br />

El gobierno prometía parc<strong>el</strong>as y creaba ejidos en plena s<strong>el</strong>va, en<br />

<strong>el</strong> Desierto <strong>de</strong> <strong>los</strong> Lacandones. Pensó que estaría tranquila en <strong>el</strong><br />

fondo <strong>de</strong> la s<strong>el</strong>va, lejos <strong>de</strong> <strong>los</strong> patrones, lejos <strong>de</strong> <strong>los</strong> capataces, a<br />

salvo entre <strong>los</strong> gran<strong>de</strong>s árboles. Sería su edén, su tierra prometida.<br />

Tremendo error, Doña Chola: la s<strong>el</strong>va nunca fue virgen. Sólo<br />

está más escondida. La tierra prometida recula a medida que<br />

las fi ncas <strong>de</strong>voran las parc<strong>el</strong>as que <strong>de</strong>smontan <strong>los</strong> campesinos.<br />

Gina contempla la muralla <strong>de</strong> follaje: pobre baluarte. La guerra<br />

persigue a sus víctimas, extien<strong>de</strong> sus ramifi caciones por todas<br />

partes, se enraiza como pulpo, aspira, escupe; en una dirección<br />

bombea la sangre, en la otra, <strong>el</strong> petróleo. Infl ujo: las armas.<br />

Refl ujo: <strong>el</strong> dinero. Gina se ve a sí misma con niti<strong>de</strong>z en <strong>el</strong> otro<br />

extremo d<strong>el</strong> oleoducto porque es Francia la que ven<strong>de</strong> a México<br />

sus misiles y sus equipos anti-motines, probados en Paris durante<br />

las hu<strong>el</strong>gas. El petróleo, la sangre, las armas : <strong>el</strong> bienestar <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

países ricos tiene una fuente rojinegra. Estamos asociados a la<br />

masacre. Los pensamientos <strong>de</strong> Gina se ac<strong>el</strong>eran mientras camina<br />

cada vez más rápido. La rabia sube en <strong>el</strong>la, se le entrecorta la<br />

respiración, siente una indignación visceral y un gran <strong>de</strong>seo <strong>de</strong><br />

venganza: ¡lo que habría que hacer es atacar a <strong>los</strong> fabricantes <strong>de</strong><br />

armas, al ejército, a <strong>los</strong> militares y a <strong>los</strong> políticos que encubren<br />

su tráfi co! Ahora, Gina corre practicamente, la sangre late en sus<br />

sienes. ¡Ah! Luchar contra <strong>el</strong> ejército… Contra <strong>los</strong> fabricantes <strong>de</strong><br />

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