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IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet

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pausadamente: ¿qué nos pasará si comemos esto? No <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

mí, dice Ixquic. Pero no teman: <strong>el</strong> Venadito no les hará ningún<br />

daño. Sólo trae la visión. Volteándose hacia Mica<strong>el</strong>a: fue con<br />

mi abu<strong>el</strong>a que lo conocí. Mica<strong>el</strong>a cierra <strong>los</strong> ojos a medias, como<br />

viendo otra persona en lugar <strong>de</strong> Ixquic, luego alisa su falda y con<br />

tono <strong>de</strong>safi ante, dice: entonces, ¡comamos!<br />

Con expresión concentrada, Ixquic toma las manos <strong>de</strong><br />

sus vecinas y mira fi jamente hacia <strong>el</strong> centro d<strong>el</strong> círculo. Cuando<br />

todas están listas, Ixquic pronuncia una breve oración. ¡Oh, Izta!<br />

¡Gracias por recibirnos! ¡En tu serenidad, por favor, inspíranos!<br />

¡Oh, Viricuta, si lo quieres, alumbra nuestros corazones! ¡Si<br />

quieres, contesta nuestras preguntas! Y perdónennos este<br />

rito tan poco ortodoxo… Durante un largo rato se quedan en<br />

silencio, dirigiendo tal vez cada una, una invocación especial<br />

a las fuerzas que venera: las diosas, Jesús y todos <strong>los</strong> santos, la<br />

Virgencita <strong>de</strong> Guadalupe, <strong>el</strong> aire, <strong>el</strong> agua, <strong>el</strong> viento y San Ernesto<br />

<strong>de</strong> todas las luchas. D<strong>el</strong> su<strong>el</strong>o se <strong>el</strong>eva una vibración suave, que<br />

imperceptiblemente va cobrando fuerza. Ixquic vu<strong>el</strong>ve a abrir <strong>los</strong><br />

ojos y se acerca a las hu<strong>el</strong>las d<strong>el</strong> Venadito. Cuidadosamente las<br />

p<strong>el</strong>a, amorosamente las <strong>de</strong>sgaja y las divi<strong>de</strong> en partes iguales. Es<br />

muy amargo, dice, amarguísimo, pero pue<strong>de</strong>n beber un poco <strong>de</strong><br />

agua, aquí está la calabaza.<br />

Lorena es la primera en levantarse. Con permiso, ¡voy a<br />

fumarme un cigarrillo! ¡Quién me hubiera dicho que dormiría <strong>de</strong><br />

nuevo en la montaña a <strong>los</strong> cincuenta años, sin nada que comer, sin<br />

armas, y ni siquiera para hacer la revolución!… Se ríe. Quisiera<br />

ver la cara <strong>de</strong> Venancio, si él supiera… Agitada, camina <strong>de</strong> un<br />

lado para otro en <strong>el</strong> breve espacio <strong>de</strong> la meseta. ¡Yo! ¡Aquí! Yo,<br />

cayendo en <strong>los</strong> vicios burgueses… Primero <strong>el</strong> feminismo, ahora las<br />

drogas… Sólo falta que me vu<strong>el</strong>va lesbiana, ¿verdad Venancio? Y<br />

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