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IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet

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D<strong>el</strong>ante <strong>de</strong> <strong>el</strong>la, Ixquic camina entre <strong>el</strong> follaje. Gina<br />

la sigue tan <strong>de</strong> cerca que pue<strong>de</strong> sentir su olor. La senda, que se<br />

ha hecho más estrecha, sube empinada entre gran<strong>de</strong>s rocas. Mil<br />

raíces brotan entre las piedras, se extien<strong>de</strong>n, penetran <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la<br />

tierra. Mil plantas se enredan en <strong>los</strong> troncos, trepan por las ramas,<br />

en un inextricable carrera hacia <strong>el</strong> sol. De vez en cuando, Ixquic<br />

mira a Gina con una expresión alegre y le enseña una hoja, una<br />

planta, un insecto, indicándole su nombre. Su corazón se ac<strong>el</strong>era<br />

cuando adivina <strong>los</strong> ojos negros puestos en <strong>el</strong>la, cuando siente<br />

la pi<strong>el</strong> morena rozándola. Es extraño, las vincula una energía<br />

misteriosa, como si se conocieran <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre, como si<br />

estuvieran absorbiendo juntas la misma tensión líquida que fl ota<br />

alre<strong>de</strong>dor. De repente, Ixquic se para frente a un arbusto lleno <strong>de</strong><br />

enreda<strong>de</strong>ras. ¿Viste?, le dice, mostrándole una fl or, azul oscura,<br />

completamente abierta. Su regularidad es fascinante; su forma,<br />

única. Gina quisiera seguir la nervadura, per<strong>de</strong>rse a lo largo <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> estambres, resbalar hasta <strong>el</strong> fondo d<strong>el</strong> pistilo. Mira bien, dice<br />

Ixquic. Tendido gozoso bajo la luz, en cada pétalo aparece un<br />

minúsculo corazón. Sus pestañas aletean como mariposas, pero<br />

ya Ixquic se pone <strong>de</strong> pie y se lanza otra vez por <strong>el</strong> sen<strong>de</strong>ro.<br />

Gina la sigue. La vegetación se hace aún más espesa. Lianas y<br />

ramas entretejidas forman una barrera cada vez más <strong>de</strong>nsa hasta<br />

impedir totalmente <strong>el</strong> paso. Gina ve como Ixquic se lanza en <strong>el</strong><br />

follaje, como se va abriendo paso cual gato montés, sin luchar,<br />

aprovechando cada apertura natural d<strong>el</strong> espacio. Gina se abalanza<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>el</strong>la, haciéndose lo más fl exible, lo más pequeña que<br />

pue<strong>de</strong>. El olor húmedo <strong>de</strong> las hojas que cubren <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o, <strong>de</strong> la<br />

tierra negra, inva<strong>de</strong> sus pulmones. Mientras lucha al ras d<strong>el</strong> su<strong>el</strong>o,<br />

las ramas trazan sobre sus brazos unos fi nos rasguños, largos<br />

como una caricia salvaje. Es todo <strong>el</strong> bosque que la retiene, que<br />

la roza, que se pega a su pi<strong>el</strong>. Me gustan tus abrazos, s<strong>el</strong>va, tus<br />

marcas <strong>de</strong> enamorada. Tus hu<strong>el</strong>las sutiles en mi pi<strong>el</strong> prolongan<br />

mi placer… El matorral fi nalmente ce<strong>de</strong>, la batalla termina<br />

<strong>de</strong>masiado rápido, y al otro lado pue<strong>de</strong> ver a Ixquic esperándola.<br />

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