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IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet

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entrar a la plaza, la garganta aún llena <strong>de</strong> gritos. Sube <strong>de</strong> nuevo la<br />

energía y se apo<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> <strong>el</strong>la. Entonces, se <strong>de</strong>tiene un momento, y su<br />

atención se vu<strong>el</strong>ca hacía <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o, atraída por un refl ejo cent<strong>el</strong>lante:<br />

una v<strong>el</strong>a. Al observar mejor, ve otra, y otra más. Es una hilera <strong>de</strong><br />

v<strong>el</strong>as que dibujan un inmenso círculo en la plaza. No, en realidad<br />

no es un círculo, es un gigantesco símbolo <strong>de</strong> las mujeres trazado<br />

por centenares <strong>de</strong> llamitas <strong>el</strong>evándose entre <strong>los</strong> grupos. Sus ojos se<br />

abren más, para retener la imagen. Qué ganas <strong>de</strong> reírse, o <strong>de</strong> llorar<br />

<strong>de</strong> f<strong>el</strong>icidad, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tan largo caminar. ¡Las hallé, por fi n, están<br />

aquí, d<strong>el</strong>ante <strong>de</strong> mí! No estoy sola… Quisiera abrazarlas a todas,<br />

conocer a cada una. ¿Cómo hacer? Con su español reciente, la<br />

inva<strong>de</strong> un brote <strong>de</strong> timi<strong>de</strong>z. El sentimiento <strong>de</strong> la distancia, <strong>de</strong> las<br />

barreras, reaparece por oleadas. Ojalá tuviera su acor<strong>de</strong>ón. Cuando<br />

toca, todo cambia… Su cara se anima. Respira a todo pulmón y se<br />

en<strong>de</strong>reza, fortalecida. No lo pue<strong>de</strong> evitar, es una marea subiendo,<br />

la alegría renace en su cara y se lanza entre <strong>los</strong> grupos, sin rumbo<br />

fi jo, <strong>de</strong>terminada.<br />

Ana María está cansada. Afortunadamente, la marcha ya<br />

llegó a su término. Ha caído la noche y una especie <strong>de</strong> paz fl ota<br />

sobre la plaza, dorada por las llamitas obstinadas <strong>de</strong> centenares <strong>de</strong><br />

v<strong>el</strong>as. Visión fugaz <strong>de</strong> otro lugar, <strong>de</strong> iglesia al aire libre, <strong>de</strong> fervor,<br />

<strong>de</strong> súplicas apasionadas. Se siente una presencia por encima <strong>de</strong><br />

la multitud <strong>de</strong> las mujeres que se quedan en <strong>el</strong> Zócalo, juntas, sin<br />

dispersarse, como esperando que acontezca algo más. Ana María<br />

se ha sentado en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o en <strong>el</strong> lugar acordado. Su dolor <strong>de</strong> cabeza<br />

continúa. Hay que apartar las visiones, la sangre, la muerte, <strong>el</strong> olor.<br />

Tal vez no tiene sentido haber venido, tal vez no lo conseguirá.<br />

En esta ciudad, con todas estas caxlanas, se siente extrañamente<br />

<strong>de</strong>splazada. A su lado, tres jovencitas <strong>de</strong> rasgos indígenas están<br />

conversando, sirvientas probablemente, con un in<strong>de</strong>fi nible<br />

semblante urbano. Camisetas blancas, ca<strong>de</strong>nas doradas y aretes que<br />

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