IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet
IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet
IZTA, el cruce de los caminos - Jules Falquet
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
sobre la mujer, medio llorando, medio riendo, la abraza, acaricia<br />
su cab<strong>el</strong>lo, aprieta sus manos. ¡Oh Suzana! ¡No lo puedo creer!<br />
Luego Lorena se aparta ligeramente sin soltarle las manos y la<br />
mira a <strong>los</strong> ojos. Suzana, ¡creía que te habían matado! La mujer<br />
sonríe. ¿No has muerto, verdad? la atrae hacia <strong>el</strong>la: si vos me<br />
ves, es que no me mataron d<strong>el</strong> todo, supongo… Las dos amigas<br />
se quedan un rato sin <strong>de</strong>cir nada. Luego Lorena, aún con su mano<br />
entre las suyas, la hace ponerse frente a <strong>el</strong>la: ¡ah Susanita, qué<br />
alegría, qué f<strong>el</strong>iz estoy! ¿Como estás? Dejáme verte… ¿Y Jesús?<br />
¿Sigue con su poesía? Con voz serena, contesta: sabés, para<br />
nosotros <strong>el</strong> tiempo transcurre más <strong>de</strong>spacio. Después <strong>de</strong> atravesar<br />
<strong>el</strong> río aquél, una ya no cambia mucho. Más bien me tenés que<br />
contar vos qué has hecho… ¿Cómo te llamás ahora? Lorena se ríe:<br />
fi jate que Úrsula <strong>de</strong>sapareció hace mucho tiempo, fi nalmente he<br />
retomado mi nombre <strong>de</strong> pila: me llamo Ligia. Pero aquí estoy con<br />
unas amigas que me conocen <strong>de</strong> otra forma. Ah, Suzana, ¡pensaba<br />
que nunca te volvería a ver! Sonríe <strong>de</strong> nuevo: la otra vez, nos<br />
separamos <strong>de</strong>masiado rápido, ¿verdad? No tuve tiempo <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirte<br />
adiós. Ligia cierra <strong>los</strong> ojos, nerviosamente, tiembla fuerte. Una<br />
vez más aparece d<strong>el</strong>ante <strong>de</strong> <strong>el</strong>la <strong>el</strong> cuerpo tirado <strong>de</strong> Suzana, la<br />
mano aún crispada en <strong>el</strong> arma, la sonrisa suspendida y <strong>el</strong> impacto<br />
rojo en medio d<strong>el</strong> pecho. Justo a su lado está Jesús, recostado cual<br />
si durmiera, cubierto <strong>de</strong> sangre. Un grito reprimido brota d<strong>el</strong> fondo<br />
<strong>de</strong> su garganta: ¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡Mataron la primavera!<br />
¡Mataron la poesía!… la atrae contra su pecho: Ursula —quiero<br />
<strong>de</strong>cir, Ligia, bueno, en fi n, Lorena—, ¡olvidá esto, no es la razón<br />
por la que vine! Pasa la mano tiernamente sobre <strong>los</strong> cab<strong>el</strong><strong>los</strong> <strong>de</strong><br />
plata frágil <strong>de</strong> su amiga, la toma por la barbilla y levantándole la<br />
cara, le dice: vine para cantarte mi última canción, la compuse<br />
especialmente para vos. Venancio me dijo que estabas triste. No<br />
quiero que estés triste, ¿me entendés? ¡Allá, nadie quiere que<br />
estés triste! clava su mirada en Lorena, y <strong>de</strong> sus pupilas oscuras<br />
se escapa un torrente cálido que la envu<strong>el</strong>ve. Con expresión<br />
divertida, extien<strong>de</strong> <strong>el</strong> brazo hacia <strong>el</strong> fuego: supongo que no tenés<br />
113