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El Espíritu Santo - OpenDrive

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<strong>El</strong> Espíritu <strong>Santo</strong><br />

Es obvia la relación que existe entre el Espíritu <strong>Santo</strong><br />

y esta filiación regeneradora de Dios. Es el Espíritu quien<br />

la realiza. Nacemos de <strong>El</strong>. Esto no quiere decir, desde<br />

luego, que el Espíritu es nuestro Padre, porque no lo cs.<br />

La Trinidad toda es nuestro padre en este sentido regenerador,<br />

ya que en nuestra santidad somos hechos como<br />

toda la divinidad. Pero es la tercera persona, en especial,<br />

la que nos regenera y nos hace semejantes a la divinidad.<br />

(Vea el capítulo séptimo acerca de la regeneración.) Jesús,<br />

en su conversación con Nicodemo, dice bien claramente<br />

que 'nacemos del Espíritu.' Por consiguiente, debemos<br />

dar gracias al Espíritu <strong>Santo</strong> por esta otra clase de filiación<br />

con Dios: no la de Cristo, ni la del hombre natural,<br />

sino una filiación que significa que participamos de la<br />

naturaleza divina; nos convertimos en hermanos de Cristo,<br />

y somos como el Padre.<br />

B. Filiación por adopción.<br />

Hay una segunda clase de filiación para el cristiano y en<br />

ella el Espíritu <strong>Santo</strong> desempeña un papel importante; es la<br />

filiación por adopción. Este es un tema bíblico importante<br />

aunque a menudo olvidado. Como hijos de la Reforma,<br />

'insistimos en el tema maravilloso de que somos justificados<br />

por fe, es decir, declarados como justos ante los ojos de<br />

Dios, porque Cristo ha ocupado nuestro puesto. Pero con<br />

demasiada frecuencia olvidamos la doctrina igualmente<br />

importante de la adopción divina.<br />

Si bien como no regenerados podemos llamarnos hijos<br />

de Dios, porque hemos sido creados a su imagen, también<br />

es cierto que podemos llamarnos hijos del Diablo debido<br />

a nuestro pecado y a sus consecuencias. Por naturaleza<br />

estamos enajenados y somos objeto de la ira de Dios.<br />

No experimentamos comunión con <strong>El</strong>, ni conocemos su<br />

amor. Temblamos ante su presencia porque sabemos que

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