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<strong>El</strong> Espíritu <strong>Santo</strong><br />
formcaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricías, las<br />
maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia,<br />
la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de<br />
dentro salen .. .' (Me, 7.21-23). Así pues el corazón es<br />
el centro del ser del hombre y es la fuente de todos sus<br />
pensamientos, querer, emociones, y acciones externas de<br />
cualquier clase que sean.<br />
Por ello, si hay que cambiar las acciones y la vida del<br />
hombre, se debe cambiar la fuente. Si uno quiere garantizar<br />
que salga agua pura de un manantial que está contaminado,<br />
no se puede lograr esto cambiando el agua<br />
después que ha salido del manantial; es necesario ir al<br />
manantial y cambiarlo. Si alguien desea una fruta hermosa,<br />
debe ir al árbol que por naturaleza produce fruta<br />
hermosa, porque la naturaleza del árbol rige la clase de<br />
fruta que produce, sea buena o mala (Le. 6.43-45). Si el<br />
fruto que se quiere es uva, la persona no debe ir a una<br />
zarza, sino a la planta que tiene la naturaleza de vid. Ahí<br />
y sólo ahí encontrará uvas. <strong>El</strong> hombre también actúa<br />
según su naturaleza. Sin el Espíritu <strong>Santo</strong> su naturaleza<br />
está corrompida y sólo produce acciones malas. Para que<br />
obre bien no es suficiente que alguien trate de afectarlo<br />
superficíalmente, en una forma externa, en la periferia,<br />
presentándole simplemente la verdad a la mente. <strong>El</strong> Espíritu<br />
debe cambiar la naturaleza del hombre, su corazón,<br />
su entraña íntima, su ser más profundo. Cuando el<br />
corazón es bueno, entonces todo lo que sale del mismo<br />
será bueno (ef. Prov. 4.23). Entonces el hombre puede<br />
amar y alabar a Dios, y voluntad para querrer agradarlo.<br />
Por eso las Escrituras nos dicen que Dios abrió el<br />
corazón de Lidia cuando escuchaba la predicación de<br />
Pablo (Hch, 16). Antes de haber sido regenerada, había