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<strong>El</strong> Espíritu <strong>Santo</strong> y la Creación 21<br />
encomiendo mi espíritu.' Y cuando pensamos en la santificación<br />
y en la realización de la salvación en nuestra vida,<br />
no pensamos especialmente en el Padre ni en el Hijo, sino<br />
en e! Espíritu <strong>Santo</strong>. Este es el que mora en el cristiano.<br />
De hecho, debido a la negligencia de estas distinciones<br />
algunas personas que se sienten angustiadas y ansiosas<br />
acuden al Padre o a Cristo para pedir consuelo, cuando,<br />
en realidad, deberían acudir al Espíritu <strong>Santo</strong>, quien es<br />
el <strong>Santo</strong> Consolador.<br />
Con todo, y al mismo tiempo, hay un sentido en e! que<br />
no podemos separar a las tres personas. Aunque pensamos<br />
en e! Padre sobre todo como creador, sin embargo, debido<br />
a la unidad básica y esencial que existe en la Trinidad,<br />
también se dice que el Hijo y el Espíritu <strong>Santo</strong> crearon.<br />
Aunque es evidente que fue e! Hijo el que murió en la<br />
cruz, sin embargo en un cierto sentido también el Padre<br />
estuvo ahí, porque Jesús pudo decir, 'Yo y e! Padre somos<br />
uno.' Y si bien es perfectamente bíblico afirmar que e!<br />
Espíritu <strong>Santo</strong> es e! que mora en nuestro corazón, sin<br />
embargo Cristo pudo decir de! cristiano, '... mi Padre le<br />
amará, y vendremos a él, y haremos morada con él' (Jn.<br />
14.23). y Pablo pudo afirmar 'Vive Cristo en mi' (Ga.<br />
2.20). Estas cosas pueden ser ciertas por la simple razón<br />
de que en -la Trinidad, si bien hay Personas distintas,<br />
también hay una unidad básica, porque las tres son uno.<br />
Al pensar en este punto, sobre todo en relación con el<br />
tema de la creación, siempre debemos tener presente este<br />
equilibrio perfecto, aunque no lo podamos entender en<br />
forma cabal: el equilibrio, por un lado, de la diversidad<br />
de la Trinidad y de su obra en este mundo, y, por otro<br />
lado, de la unidad básica entre las tres personas. No podemos<br />
separarlas como si una de ellas pudiera actuar sola<br />
sin las otras; y sin embargo podemos, de acuerdo con la