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68 <strong>El</strong> Espíritu <strong>Santo</strong><br />
un día de verano, diáfano y sin nubes, en el momento en<br />
que el sol está en su meridiano, pidámosle que lo mire<br />
y preguntémosle qué ve. Si dice que no ve nada, entonces<br />
tengamos la seguridad de que está ciego, totalmente ciego,<br />
y que necesita ir al oculista. De la misma manera, presentemos<br />
a un hombre la diáfana Palabra de Dios, la cual<br />
testifica claramente acerca de la divinidad de Jesucristo,<br />
del pecado del hombre, y de que Cristo es el único camino<br />
de salvación; y luego preguntémosle si reconoce estas<br />
verdades. Si dice: 'no veo que sean verdades; son fantasías,<br />
creaciones de la imaginación del hombre, tonterías<br />
que sólo cree un ignorante,' entonces sabremos que este<br />
hombre está ciego, completamente ciego. No puede ver<br />
nada. Debería poder ver, porque la Escritura no puede<br />
ser más clara: Es tan brillante como el sol. Si no ve las<br />
verdades, entonces es que está espiritualmente ciego.<br />
Como dice la Escritura: <strong>El</strong> hombre natural no percibe las<br />
cosas de Dios. Tiene el corazón cubierto con un velo.<br />
Tiene los ojos cerrados.<br />
n. La Iluminación del Espíritu<br />
Para adquirir conocimiento verdadero no basta, pues,<br />
poseer la clara revelación de Dios; el hombre también<br />
debe poder ver. Y precisamente ahí es donde también<br />
entra el Espíritu <strong>Santo</strong>. Da al hombre no sólo un libro<br />
infalible, sino también ojos para que lo pueda leer.<br />
Algunos de los pasajes ya mencionados muestran claramente<br />
que sólo Dios es quien puede abrir los ojos espirituales<br />
y no el hombre. <strong>El</strong> Salmista,al sentirse incapaz de<br />
abrir los ojos por sí mismo, le pide a Dios que lo haga<br />
suplicándole: 'Abre mis ojos, y miraré las maravillas de<br />
tu ley' (Sal. II9.18). Trató de hacerlo por sí mismo. No<br />
pudo. Por ello pide a Dios, el único que puede, que abra