Untitled - Grumo
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instrumental de su generación, canibaliza y reinterpreta. Va hacia al costado<br />
y hacia atrás. Folklore, dance, reggae, rock’n’roll, rap, bossa nova, tango, can-<br />
ción de protesta, bolero: todas las matrices son utilizables, sin jerarquías, una<br />
vez vaciadas de sustancia. Si Calamaro hace una canción en ritmo de reggae,<br />
vamos a escuchar una canción cuyo género ha sido absolutamente desvirtu-<br />
ado, barbarizado; como cuando vemos en medio de la sierra de Córdoba un<br />
cartel mal escrito en inglés, que fue copiado de otro cartel en Córdoba ciu-<br />
dad, que fue copiado de otro cartel en Buenos Aires, que fue copiado de otro<br />
cartel en New York. Así aparecen las canciones de Calamaro, desactualizadas,<br />
como provenientes de segunda o tercera mano, el resultado de una mala<br />
asimilación. Ese es el tratamiento brutal que recibe el material procesado en<br />
la fábrica calamarense. Así, de este modo, podemos encontrar entre las más<br />
de cien canciones de El Salmón, todo tipo de versiones de clásicos del rock<br />
nacional, del folckore, del tango, versiones trasnochadas de los Beatles que<br />
espantarían al propio Lennon.<br />
La estética calamarense es desvergonzada en tanto madura, sentimental y<br />
decadente, arriesgada. Es en España, en la facilidad del exilio, en el seno de<br />
la movida madrileña donde Calamaro aprende las lecciones del toreo, la prác-<br />
tica del riesgo aplicada al arte de hacer canciones.<br />
Un escritor francés, Michel Leiris, propuso hace tiempo, en la Europa devas-<br />
tada de posguerra, una literatura basada en los modos de la tauromaquia.<br />
Escribe Leiris "El matador que se aprovecha del peligro corrido tiene ocasión<br />
de estar más brillante que nunca y muestra toda la calidad de su estilo en el<br />
instante en que está más amenazado. (…) Acto, en fin, consistente en poner<br />
C r í t i c a s<br />
las cartas boca arriba, (…) volver a asumir —tanto como pudiera hacerse—<br />
este proyecto inspirado a Baudelaire por un pasaje de Marginalia de Edgar<br />
Allan Poe: poner el corazón al desnudo, (…) meter la pata (en cuanto al amor<br />
especialmente), (…) restituir por medio de las palabras ciertos estados inten-<br />
sos, concretamente experimentados y hechos significantes, expresarlos en pal-<br />
abras, (…) no medir el lenguaje y procurar por consiguiente que su palabra<br />
sea siempre verdad. (…) Deseo de confesarlo todo". 4<br />
Calamaro convierte el arte de hacer canciones en esta suerte de tauromaquia<br />
cuyo único límite y ley es la canción misma. De este modo, es posible<br />
explicar la progresiva exposición a la que se somete, el compromiso del cuer-<br />
po y la confesión, la brutalidad del sinceramiento, los excesos formales. Ya no<br />
se trata, entonces, de la búsqueda de la canción perfecta, sino más bien de<br />
perfeccionar las reglas de esta relación peligrosa.<br />
Dos fuerzas, aparentemente opuestas, trabajan al mismo tiempo en la fábrica<br />
de la canción calamarense: por un lado, una fuerza de choque, destru c t i va, que<br />
canibaliza influencias, géneros, tendencias; una fuerza cuyo núcleo es confe-<br />
sional, que no escucha, o que escucha mal. La segunda fuerza es re c e p t i va, pia-<br />
dosa, es la fuerza que escucha el pasado y emprende la amorosa re c o n s t ru c c i ó n<br />
de una tradición: la de hacer canciones en una tierra deva s t a d a<br />
* Andrés Moguillanes es poeta, novelista y estudiante de letras en la<br />
Universidad de Buenos Aires.<br />
4 Leiris, Michel. La literatura considerada como una tauromaquia. Barcelona,<br />
Tusquets , 1975, p. 13-27.