Untitled - Grumo
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experiencias viejas y nuevas (de esas que acepta imaginarias y de las otras, de<br />
las que cree reales), y se cruza con otros personajes que cargan con otras con-<br />
strucciones de la realidad, con otras experiencias, con otras novedades... Los<br />
hechos son también, o antes, o sobre todo, la percepción de los hechos. "Esos<br />
círculos cerrados [...] es posible que lleguen a tocarse a través de nuestra<br />
imaginación, pero en realidad ni siquiera se rozan"; tal una frase de Sergio, el<br />
jugador, uno de los cuatro protagonistas.<br />
Más allá de los puentes, de los círculos cerrados, de la espiral, de las manchas<br />
del pasado que no salen con nada ("unas manchas oscuras que no hubo<br />
forma de borrar"), de las historias que emergen, se cruzan, desaparecen, se<br />
rozan, se tocan, se conectan, se cruzan, se tocan, laberínticas, hay elementos<br />
que aparecen en los cuatro relatos. En todos, de diferentes formas, aparecen<br />
relaciones sexuales, en todas aparece el trabajo (trabajo, en los cuatro casos,<br />
que queda aplastado bajo otras ocupaciones), en todas la rutina, en todas el<br />
espacio de la casa, en todas la percepción de una misma y diferente ciudad...<br />
Todos los personajes arrastran una herida abierta en sus rutinas. Se esfuerzan<br />
por crear rutinas en las que nada cambie, con una indiferencia desmedida<br />
que parece transformarse en una pasión bastante fría (el jugador, por ejemp-<br />
lo, se preocupa por el juego y no por los beneficios o problemas que éste<br />
puede acarrearle; Ernesto traduce una obra que ya ha sido traducida mon-<br />
tones de veces; Ángel y su "Mantiénense invariables las condiciones del tiem-<br />
po en ésta"). La descripción exagerada es parte de esa poética de lo subjetivo,<br />
y aparece como natural y necesaria porque lo banal es siempre relativo,<br />
porque un zapato húmedo, una cuchara revolviendo el té, una mano que roza<br />
C r í t i c a s<br />
a otra, pueden importarnos más, sí, que una muerte, a nosotros y a los per-<br />
sonajes de Saer.<br />
Por otro lado, muchas de las líneas de diálogo son imperdibles.<br />
- Usted es Carlos Tomatis, ¿no es cierto? -le dije.<br />
- Así dicen -dijo él.<br />
- Quería hablar con usted porque me ha gustado mucho uno de sus libros -<br />
dije yo.<br />
- ¿Cuál de ellos? -dijo Tomatis- Porque tengo más de tres mil.<br />
- No -dije yo-. Uno de los que ha escrito. El último.<br />
- Ah -dijo Tomatis-. Pero no es el último. Es apenas el segundo. Pienso<br />
escribir otros.<br />
Dudo que me haya reído tanto leyendo un libro como me reí cuando leí ese<br />
diálogo. Y puedo asegurar, además, que jamás leí una relación sexual descrip-<br />
ta con tanta simpleza y perfección como la siguiente:<br />
Dejo la escopeta y me echo sobre ella.<br />
- Ahora. Sí. Eso. Bueno. No -dice.<br />
- Ya. Basta. No. Cuidado. Ahora -dice.<br />
- Despacio. Pronto. No. Bueno -dice.<br />
Con todo esto, con sutil perfección, sin grandilocuencia, como si no hubiera<br />
artificios, se arma un tejido grueso, sólido, implacable. Ese tejido que con-<br />
forman cuatro historias, cuatro historias que forman parte de lo que puede<br />
tomarse como una historia mayor, una historia que puede ser leída en la obra<br />
completa de Saer, donde reaparecen incesantemente personajes como Ángel