Grandes aventuras en el mar
Grandes gestas marineras, y no tan marineras, de todos los tiempos.
Grandes gestas marineras, y no tan marineras, de todos los tiempos.
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cabezas una v<strong>el</strong>a muy pesada, dura como <strong>el</strong> cuero, y la fijaron completam<strong>en</strong>te sobre<br />
la borda con sólidas cuerdas.<br />
”Me eché a temblar, pues súbitam<strong>en</strong>te compr<strong>en</strong>día lo que iba a pasar. Querían<br />
hundirnos con <strong>el</strong> navío para hacer desaparecer <strong>el</strong> cuerpo d<strong>el</strong> d<strong>el</strong>iro: nuestra pres<strong>en</strong>cia<br />
<strong>en</strong> la embarcación indíg<strong>en</strong>a hubiera implicado la cond<strong>en</strong>a a galeras para su capitán y<br />
la tripulación. Nos sacrificaban con aquélla para escapar a la severidad de la ley. Mis<br />
compañeros no podían <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der nada. Pedí al que t<strong>en</strong>ía a mi lado que li<strong>mar</strong>a con sus<br />
di<strong>en</strong>tes la cuerda que me ataba las manos. ¿Llegaría a tiempo?<br />
”Oí arrojar las piraguas al <strong>mar</strong> y después partieron <strong>el</strong> casco con golpes sordos. El<br />
agua nos llegó <strong>en</strong> seguida a las rodillas, bati<strong>en</strong>do con siniestros golpetazos <strong>el</strong> fondo<br />
de la oscura bodega.<br />
”No podíamos mant<strong>en</strong>ernos derechos a causa de la t<strong>el</strong>a ext<strong>en</strong>dida sobre nuestras<br />
cabezas. El agua seguía subi<strong>en</strong>do. Los hombres gritaban, caían y se ahogaban unos a<br />
otros. Naturalm<strong>en</strong>te <strong>el</strong> que empezó a roer mis ligaduras ya no p<strong>en</strong>saba ahora más que<br />
<strong>en</strong> él mismo.<br />
”De pronto s<strong>en</strong>tí que <strong>el</strong> buque se inclinaba. Recordé mis costumbres de buceador<br />
y me ll<strong>en</strong>é <strong>el</strong> pecho de aire. De rep<strong>en</strong>te las negras aguas cortaron <strong>el</strong> clamor de agonía<br />
de todos aqu<strong>el</strong>los desgraciados… Bajo <strong>el</strong> desesperado esfuerzo de mi lucha contra la<br />
asfixia, mis ligaduras, mojadas e indudablem<strong>en</strong>te medio partidas por los di<strong>en</strong>tes de<br />
mi ca<strong>mar</strong>ada, se rompieron. Chocó mi cabeza contra <strong>el</strong> casco vu<strong>el</strong>to y me hallé<br />
prisionero <strong>en</strong> una bolsa de aire.<br />
“En torno mío los agonizantes se me agarraban mordi<strong>en</strong>do como bestias salvajes.<br />
Tuve que estrangular a uno, pues quería para él solo la bolsa de aire que me permitía<br />
seguir vivi<strong>en</strong>do. No podía int<strong>en</strong>tar una salida a causa de todos aqu<strong>el</strong>los cuerpos<br />
convulsos que no querían morir y que se aferraban a mí, libres ya la mayor parte de<br />
sus ligaduras, que resbalaron <strong>en</strong> <strong>el</strong> agua. La muerte fue poco a poco devolviéndoles la<br />
calma. Entre aqu<strong>el</strong>los cuerpos ya inertes y fláccidos, que flotaban <strong>en</strong>tre dos aguas,<br />
busqué <strong>en</strong> vano <strong>el</strong> modo de salir de la v<strong>el</strong>a.<br />
”De pronto s<strong>en</strong>tí apartarse los cadáveres que se apretaban contra mí y los arrojé a<br />
patadas hacia <strong>el</strong> fondo. Acababa de abrirse nuestra prisión. El mástil, arrancado de su<br />
base, desgarró la t<strong>el</strong>a <strong>en</strong> su empuje al volver a la superficie. Me zambullí y salí al aire<br />
libre, junto al casco d<strong>el</strong> sambuc hundido, d<strong>el</strong> que sólo emergía la quilla.<br />
”A lo lejos vi los fuegos d<strong>el</strong> guardacostas que debió perseguir y coger a las<br />
piraguas. Ya no se había vu<strong>el</strong>to a ocupar d<strong>el</strong> navío, creyéndolo hundido. S<strong>en</strong>tí r<strong>en</strong>acer<br />
mi esperanza cuando comprobé que los rayos d<strong>el</strong> reflector cortaban de nuevo la<br />
noche. Su luz cegadora me cubrió dos veces, pero mi negro cuerpo era algo tan<br />
pequeño a una distancia tan grande que no me vieron. El vapor tomó de nuevo su ruta<br />
y desaparecieron sus luces <strong>en</strong> la noche.<br />
”Pasaron dos días. Ya iba a dejarme morir cuando Dios quiso ponerme <strong>en</strong> tu<br />
camino…<br />
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