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Grandes aventuras en el mar

Grandes gestas marineras, y no tan marineras, de todos los tiempos.

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abandonadas desde hacía poco tiempo, pues todavía había <strong>en</strong> <strong>el</strong>las fuego <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dido;<br />

no se habían llevado ninguno de los muebles, y quedaba allí un cesto con perritos,<br />

cuyos ojos aun no estaban abiertos, y la madre, a qui<strong>en</strong> se oía ladrar <strong>en</strong> los bosques,<br />

daba a <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der que sus propietarios no estaban lejos. De Langle hizo depositar allí<br />

hachas, difer<strong>en</strong>tes instrum<strong>en</strong>tos de hierro, algunas cu<strong>en</strong>tas de vidrio y, <strong>en</strong> g<strong>en</strong>eral,<br />

todo lo que creyó útil y agradable a los ojos de los indíg<strong>en</strong>as, persuadido de que,<br />

después que volvieran a embarcar, los habitantes regresarían, y que nuestros regalos<br />

los induciría a creer que no éramos <strong>en</strong>emigos. Al mismo tiempo hizo ext<strong>en</strong>der las<br />

redes, y cogió <strong>en</strong> dos golpes más salmones de los que necesitaba la tripulación para <strong>el</strong><br />

consumo de una semana. En <strong>el</strong> mom<strong>en</strong>to que iba a volver a bordo vio llegar a la<br />

playa una piragua con siete hombres, que no parecieron asustarse <strong>en</strong> absoluto de<br />

nuestro número. Pusieron su embarcación sobre la ar<strong>en</strong>a y se s<strong>en</strong>taron sobre sus<br />

esteras <strong>en</strong> medio de nuestros <strong>mar</strong>ineros, con un aire de seguridad que prev<strong>en</strong>ía mucho<br />

<strong>en</strong> su favor.<br />

Entre <strong>el</strong>los estaban dos viejos con lu<strong>en</strong>ga barba blanca, vestidos de una t<strong>el</strong>a de<br />

corteza de árbol bastante parecida a los taparrabos de Madagascar. Dos de esos siete<br />

indíg<strong>en</strong>as llevaban trajes azules guateados, y la forma de su vestido difería poco de la<br />

de los chinos; otros no llevaban más que un largo vestido que se cerraba<br />

completam<strong>en</strong>te por medio de un cinturón y de algunos botoncitos, lo que les<br />

disp<strong>en</strong>saba de usar calzones. Llevaban la cabeza desnuda, solo dos o tres de <strong>el</strong>los la<br />

llevaban rodeada únicam<strong>en</strong>te por una banda de pi<strong>el</strong> de oso. T<strong>en</strong>ían la cara y <strong>el</strong> cab<strong>el</strong>lo<br />

sobre la fr<strong>en</strong>te afeitados; los cab<strong>el</strong>los, por detrás, conservaban la longitud de ocho o<br />

diez pulgadas, pero de un modo completam<strong>en</strong>te difer<strong>en</strong>te de los chinos, que no se<br />

dejan más que un manojo de cab<strong>el</strong>los <strong>en</strong> redondo, que llaman p<strong>en</strong>tsec, Todos llevaban<br />

botas de pi<strong>el</strong> de lobo <strong>mar</strong>ino, con <strong>el</strong> pie a la china muy artísticam<strong>en</strong>te labrado. Sus<br />

armas eran arcos, lanzas y flechas guarnecidas de hierro. El más viejo de los insulares<br />

llevaba un parasol para guarecerse de la gran claridad d<strong>el</strong> sol. Los modales de esos<br />

habitantes eran graves, nobles y muy afectuosos. De Langle les dio lo que le sobraba<br />

de lo que había llevado con él, y les hizo <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der por signos que la noche le obligaba<br />

a volver a bordo, pero que deseaba mucho volverlos a <strong>en</strong>contrar a la mañana<br />

sigui<strong>en</strong>te para hacerles nuevos pres<strong>en</strong>tes. A su vez <strong>el</strong>los dijeron por signos que<br />

dormían <strong>en</strong> los alrededores y que serían puntuales a la <strong>en</strong>trevista.<br />

Las canoas no regresaron a bordo hasta las once de la noche, y <strong>el</strong> informe que me<br />

trajeron excitó vivam<strong>en</strong>te mi curiosidad. Esperé <strong>el</strong> día con impaci<strong>en</strong>cia, y estaba <strong>en</strong><br />

tierra con la chalupa y la canoa grande antes de la salida d<strong>el</strong> sol. Los insulares<br />

llegaron a la rada poco tiempo después. V<strong>en</strong>ían d<strong>el</strong> norte, donde nosotros habíamos<br />

supuesto que estaba situado su pueblo. Bi<strong>en</strong> pronto los siguió una segunda piragua, y<br />

contamos veintiún indíg<strong>en</strong>as.<br />

De Langle, con casi todo su estado mayor, llegó a tierra poco después que yo, y<br />

antes de com<strong>en</strong>zar nuestra conversación con los insulares, les hicimos pres<strong>en</strong>tes de<br />

todas clases. Ellos parecían no hacer caso más que de las cosas útiles: <strong>el</strong> hierro y las<br />

www.lectulandia.com - Página 54

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