Grandes aventuras en el mar
Grandes gestas marineras, y no tan marineras, de todos los tiempos.
Grandes gestas marineras, y no tan marineras, de todos los tiempos.
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
mismo Cristóbal Colón no hubiera podido gobernarlo mejor. Durante la noche <strong>el</strong><br />
balandro había hecho nov<strong>en</strong>ta millas <strong>en</strong> un <strong>mar</strong> agitado. S<strong>en</strong>tí agradecimi<strong>en</strong>to hacia <strong>el</strong><br />
viejo piloto, pero me asombró mucho que no hubiera sujetado <strong>el</strong> foque. La tempestad<br />
cedía, y hacia mediodía salió <strong>el</strong> sol. La altura meridiana y la distancia indicada por la<br />
corredera de la hélice me mostraron que <strong>el</strong> balandro había seguido bi<strong>en</strong> su ruta<br />
durante esas veinticuatro horas. Me s<strong>en</strong>tía ahora mucho mejor, aunque todavía muy<br />
débil, y no largué los rizos ni ese día ni la noche sigui<strong>en</strong>te, aunque <strong>el</strong> vi<strong>en</strong>to había<br />
amainado considerablem<strong>en</strong>te.<br />
Puse mis vestidos a secar al sol y, acostándome sobre <strong>el</strong> pu<strong>en</strong>te, me dormí<br />
profundam<strong>en</strong>te. Entonces, ¿quién diréis que vino a visitarme esta vez <strong>en</strong> sueños? Mi<br />
viejo amigo de la noche anterior.<br />
—Habéis hecho bi<strong>en</strong> <strong>en</strong> seguir mis consejos esta noche —me dijo—. Y si os<br />
place, me gustaría hallarme a m<strong>en</strong>udo cerca de vos durante <strong>el</strong> viaje, simplem<strong>en</strong>te por<br />
amor a la av<strong>en</strong>tura.<br />
Una vez dichas estas palabras alzó su gorro y desapareció tan misteriosam<strong>en</strong>te<br />
como había v<strong>en</strong>ido, volvi<strong>en</strong>do, supongo, a bordo de la fantasmagórica Pinta. Me<br />
desperté todo tranquilizado y con <strong>el</strong> s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de que acababa de estar con un<br />
amigo y con un <strong>mar</strong>ino de gran experi<strong>en</strong>cia. Recogí mis vestidos, que se habían<br />
secado durante mi sueño, y preso de una rep<strong>en</strong>tina inspiración arrojé todas las<br />
ciru<strong>el</strong>as que me quedaban por <strong>en</strong>cima de la borda.<br />
Punta Ar<strong>en</strong>as es un puerto carbonero chil<strong>en</strong>o <strong>en</strong> que vive g<strong>en</strong>te de diversas<br />
nacionalidades, aunque dominan los chil<strong>en</strong>os. Parec<strong>en</strong> vivir perfectam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> ese<br />
lúgubre país, gracias a sus granjas —<strong>en</strong> las que se dedican a la cría d<strong>el</strong> cordero—, a<br />
las minas de oro y a la caza. Pero los indíg<strong>en</strong>as, patagones y fueguinos, son<br />
extraordinariam<strong>en</strong>te pobres, por su contacto con comerciantes poco escrupulosos.<br />
Precisam<strong>en</strong>te poco antes de mi llegada <strong>el</strong> gobernador, hombre de espíritu jovial, había<br />
<strong>en</strong>viado un destacam<strong>en</strong>to de jóv<strong>en</strong>es arriesgados a hacer una incursión <strong>en</strong>tre los<br />
fueguinos, con una razzia como represalia de la reci<strong>en</strong>te degollación de la tripulación<br />
de una goleta, llevada a cabo por los indíg<strong>en</strong>as. El capitán d<strong>el</strong> puerto, un oficial de<br />
<strong>mar</strong>ina chil<strong>en</strong>o, me aconsejó embarcar hombres para ayudarme a rechazar a los indios<br />
que seguram<strong>en</strong>te <strong>en</strong>contraría <strong>en</strong> <strong>el</strong> oeste, e incluso me propuso esperar <strong>el</strong> paso de un<br />
cañonero que podría remolcarme.<br />
Después de haber buscado bi<strong>en</strong> por toda la ciudad, no hallé más que un solo<br />
hombre dispuesto a acompañarme, pero con la condición de que to<strong>mar</strong>a “otro hombre<br />
y un perro”. Como nadie más consintió <strong>en</strong> v<strong>en</strong>ir, y yo no quería perro a bordo, no<br />
insistí más y me cont<strong>en</strong>té con cargar mis fusiles. Entonces fue cuando <strong>el</strong> capitán<br />
Pedro Samblich, un bravo austríaco de gran experi<strong>en</strong>cia, vino al Spray y me regaló un<br />
saco de clavitos de tapicero, def<strong>en</strong>sa más eficaz <strong>en</strong> la Tierra de Fuego que todos los<br />
www.lectulandia.com - Página 86