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RDB -AGOSTO-2021

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Fernanda, estudiante universitaria, quería tatuarse con una persona que

no estaba denunciada, pero al darse cuenta del acoso que prevalece en

la industria, decidió hacérselo con una mujer para sentirse más segura.

En el caso del gremio de tatuadores, la creación de la página trajo a la

conversación “todo aquello que se sabía, pero no se nombraba”.

Las mujeres tatuadoras que han vivido violencias aseguran que

denunciar es como lanzarse al vacío. Para hacerlo, desde el anonimato o

con su nombre, es necesario pasar por un proceso de aceptación, contar

con redes de apoyo, entender que lo ocurrido no fue culpa de la víctima.

Quienes denuncian, aseguran, se encuentran en una segunda situación

de vulnerabilidad: además de las violencias vividas, algunas de ellas

reciben amenazas, comentarios violentos y misóginos después de hacer

pública su experiencia.

El enfoque de género y la cultura de la prevención no pueden darse por

sentados en los estudios de tatuaje. Jimena Medina, alias Fuego Rosa,

artista de la Ciudad de México, cuenta que en el estudio en el que trabaja

actualmente se produjo una situación de violencia que involucró a uno

de los integrantes.

“Ya no forma parte del espacio y las situaciones de violencia se dieron

fuera del estudio, pero no colaborar con gente violenta es un compromiso

que tenemos como tatuadores”, relata.

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