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RDB -AGOSTO-2021

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Esta decisión sentó un precedente: el estudio hizo pública la separación

del tatuador. Fue una manera de dejar en claro que no será aceptado

ningún comportamiento que atente contra la seguridad de las personas.

Los espacios de denuncia también constituyen, en su opinión, espacios

de memoria. “Los casos no quedan completamente impunes. Es una

herramienta importante, no basta con que te guste el trabajo de alguien,

se trata de no cargar en el cuerpo con el trabajo de una persona

violenta”, argumenta Fuego Rosa.

Las denunciantes, sin embargo, no siempre obtienen una respuesta

favorable.

Paola Velázquez se hizo ella misma su primer tatuaje a los 14 años. Utilizó

tinta china y aguja para coser. Lleva cinco años tatuando

profesionalmente; pasó por dos estudios como aprendiz. En todos los

espacios notó machismos y menosprecio por su trabajo, con el pretexto

de que era muy joven y femenina para tatuar.

El año pasado, Paola sufrió acoso sexual por parte de un colega, quien

era tatuador invitado en el estudio. Lo denunció ante su jefe y propietario

del estudio, pero éste minimizó lo ocurrido. Al final, no hubo

consecuencias.

“Tienes que adaptarte y lidiar con hombres. Ellos no cambian, somos

nosotras quienes debemos aprender a tratar en estos espacios”, lamenta

Paola. “Incluso tratar con tu jefe, que te invita por unas chelas, en

posición de amigo, pero controla tu agenda y comisiones en tus citas”.

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