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RDB -AGOSTO-2021

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¿En qué consiste entonces la aportación original del contenido de las

propuestas decrecentistas? ¿Dónde reside la pertinencia de acuñar un

nuevo concepto y cuáles serían las prácticas sociopolíticas que se

derivarían de su aplicación?

Si bien la enorme heterogeneidad del movimiento -que abarca desde la

pléyade de ONG’s de corte ambientalista hasta figuras señeras del

anarquismo patrio como Enric Duran o Carlos Taibo, pasando por los

restos del movimiento antiglobalización ejemplificados en ATTAC e

incluso algunos jirones insepultos del movimiento comunista- impide una

conceptualización uniforme valga, como botón de muestra del núcleo

duro decrecentista, la definición propuesta por uno de sus fundadores:

“Latouche, referente indiscutido del decrecimiento, lo define como una

‘revolución cultural que lleva a una refundación de la política’ lo cual

implica ‘pasar de consumidores esclavos a ciudadanos responsables’”.

Con este criterio, es lógico que la gran mayoría de las propuestas para

decrecer -”decrecimiento o barbarie” es el provocativo

slogan luxemburguiano popularizado por Latouche- aludan a cambios en

las pautas de conducta individuales: sobriedad, austeridad, reevaluar

(revisar los valores), reconceptualizar términos como riqueza y pobreza,

reestructurar, relocalizar, redistribuir, reducir, reutilizar y reciclar. El

ecologista y escritor Luis González Reyes abunda en lo anterior: “Es

decir, debemos autolimitarnos con un modelo de vida más austero. Sólo

una disminución drástica del consumo en los países sobredesarrollados

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