Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas
Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas
Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
18<br />
nuestras <strong>Yungas</strong>, <strong>re<strong>la</strong>tos</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> <strong>selva</strong> <strong>jujeña</strong><br />
pob<strong>la</strong>dos se veían, había que deducir, imaginar cuál era cuál. Libertador el más<br />
cercano, nítido con su clásica forma de escuadra. L<strong>la</strong>mó mi at<strong>en</strong>ción al fondo y a<br />
<strong>la</strong> izquierda, una pequeña lucecita roja que viraba del naranja al amarillo. Cambiante,<br />
movediza como <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ma de un fósforo a <strong>la</strong> distancia, que el vi<strong>en</strong>to mecía.<br />
Al com<strong>en</strong>tarle admirado mi «descubrimi<strong>en</strong>to» a Simón, con naturalidad me dijo:<br />
—Es <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ma donde queman gas, <strong>en</strong> Caimancito—. ¡C<strong>la</strong>ro, era eso!, allí había una<br />
estación de bombeo del gasoducto y por una chim<strong>en</strong>ea arde gas. Muchas veces <strong>la</strong><br />
había visto de cerca, desde el camino, era una hoguera de bu<strong>en</strong> tamaño, ruidosa.<br />
Ahora desde <strong>la</strong>s alturas <strong>la</strong> veía muy pequeña y sil<strong>en</strong>ciosa, el vi<strong>en</strong>to jugaba con el<strong>la</strong><br />
haciéndo<strong>la</strong> cambiar de color y forma.<br />
Con gran habilidad mis acompañantes habían preparado con piedras una cocina<br />
al aire libre; estaba intrigado por saber qué material usarían para hacer fuego,<br />
no se veían troncos ni ramas alrededor y, para mi sorpresa usaron… ¡bosta seca de<br />
vaca!, que <strong>en</strong> medio de una humareda se transformó <strong>en</strong> cand<strong>en</strong>tes tizones. Cocinaron<br />
un guiso de campo que comimos con bu<strong>en</strong> apetito. Un vi<strong>en</strong>to he<strong>la</strong>do había<br />
com<strong>en</strong>zado a correr; unos pozos de poca profundidad serían los «dormitorios»,<br />
nos protegerían del vi<strong>en</strong>to, <strong>en</strong> uno de ellos puse <strong>la</strong> bolsa de dormir. Mi «compañero<br />
de cuarto» sería don Manuel Virazate, de unos 70 años, dueño de los animales,<br />
baqueano de <strong>la</strong> expedición, que a pesar de <strong>la</strong> edad, se movía con una agilidad<br />
increíble (foto 4, Pág. 113).<br />
Bu<strong>en</strong>o… estar recostado <strong>en</strong> esa inm<strong>en</strong>sidad sil<strong>en</strong>ciosa, t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do un techo tachonado<br />
de estrel<strong>la</strong>s fue sobrecogedor. P<strong>en</strong>sé <strong>en</strong> una y mil cosas: ¿quiénes somos?,<br />
¿quién soy? ¿Realm<strong>en</strong>te es correcto, lógico, luchar todos los días por t<strong>en</strong>er algo<br />
artificial, a veces pasando sobre otros, cuando todos formamos parte de esto tan<br />
inconm<strong>en</strong>surable, que hemos descuidado, olvidándonos de ello como si no existiera?<br />
Cerrando ese día de tantas emociones, tuve de rep<strong>en</strong>te un hermoso espectáculo<br />
de estrel<strong>la</strong>s fugaces; desde luego formulé tres deseos y, cerca de Dios, quedé<br />
dormido.<br />
Esta excursión fue realizada <strong>en</strong> mayo de 1993.