Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas
Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas
Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
86<br />
nuestras <strong>Yungas</strong>, <strong>re<strong>la</strong>tos</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> <strong>selva</strong> <strong>jujeña</strong><br />
uno a uno hasta Mardonio que nuevam<strong>en</strong>te se había arrodil<strong>la</strong>do, le <strong>en</strong>tregaban <strong>la</strong>s<br />
hojas de coca y, de acuerdo al tamaño, número de <strong>la</strong>s mismas le iban diciéndo: dos<br />
toros reproductores, tres capones, cuatro vacas lecheras, tres terneros, dos yeguas,<br />
un caballo y así, simbólicam<strong>en</strong>te, acrec<strong>en</strong>taban el ganado del dueño de casa.<br />
Era hermoso ver, vivir eso, estar pres<strong>en</strong>te <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>as <strong>Yungas</strong> <strong>jujeña</strong>s <strong>en</strong> una ceremonia<br />
que t<strong>en</strong>ía antiquísimas raíces, era yo el único forastero, el ambi<strong>en</strong>te no estaba <strong>en</strong>rarecido<br />
por extraños con máquinas fotográficas y filmadoras que hubieran estropeado<br />
<strong>la</strong> ceremonia. Las hojas, haci<strong>en</strong>da ofr<strong>en</strong>dada, también iban a parar a <strong>la</strong> ollita, junto<br />
con <strong>la</strong>s tiras de <strong>la</strong>na. Luego que pasó el último, Mardonio se paró de un salto, alegre,<br />
distinto al recogimi<strong>en</strong>to anterior. Ofreció <strong>la</strong> coca que quedaba que era bastante con<br />
actitud histriónica, «para su consumo, señores» y todos se aba<strong>la</strong>nzaron como jugando<br />
para tomar su bu<strong>en</strong>a porción. Pidió a un paisano que se ocupara de servir bebida;<br />
antes de tomar, todos ofrecían un trago a <strong>la</strong> Pachamama, y luego derramaba un poco<br />
<strong>en</strong> el suelo, Mardonio fue a ofrecer el suyo <strong>en</strong> una apacheta 17 que había <strong>en</strong> el medio del<br />
corral, al <strong>la</strong>do del mástil; allí <strong>en</strong>terró el cacharrito con <strong>la</strong>nitas y hojas de coca.<br />
Terminada <strong>la</strong> ceremonia se inició <strong>la</strong> marcada; había que pil<strong>la</strong>r los terneros para<br />
voltearlos. Al elegido lo separaban de los demás y con gritos, lo hacían correr mi<strong>en</strong>tras<br />
trataban de <strong>en</strong><strong>la</strong>zarle <strong>la</strong>s patas, cuando lo lograban, el animal caía estrepitosam<strong>en</strong>te<br />
ante <strong>la</strong> alegría de todos y maneaban inmediatam<strong>en</strong>te <strong>la</strong>s otras inmovilizándolo<br />
<strong>en</strong> el suelo, el que <strong>en</strong><strong>la</strong>zaba recibía de «premio» un vaso de bebida alcohólica,<br />
festejado por los demás.<br />
Los animales eran novillos, vaquillonas de unos dos años, todavía estaban con<br />
sus madres; estas se acercaban curiosas, preocupadas cuando veían caer a su hijo.<br />
Estaban f<strong>la</strong>cos, ll<strong>en</strong>os de garrapatas, <strong>en</strong> especial <strong>la</strong> zona v<strong>en</strong>tral, <strong>la</strong>s <strong>en</strong>trepiernas<br />
mostraban una infinidad de pelotitas grises de variado tamaño. Cuando estaban<br />
inmóviles <strong>en</strong> el piso, varios ayudantes se le arrojaban <strong>en</strong>cima, uno agarraba <strong>la</strong> cabeza,<br />
otro con un filoso cuchillo le hacía un corte <strong>en</strong> <strong>la</strong> oreja, Teodosia le cosía <strong>en</strong><br />
el<strong>la</strong> <strong>la</strong> flor, los «<strong>en</strong>floraba», otro que t<strong>en</strong>ía un trapo empapado con querosén, se lo<br />
pasaba por <strong>la</strong> zona de <strong>la</strong>s garrapatas para «curarlo» y, al final, <strong>la</strong> marcada. Mardonio<br />
se acercaba con <strong>la</strong> yerra al rojo vivo, <strong>la</strong> estampaba <strong>en</strong> el lomo, de inmediato se veía<br />
<strong>la</strong> humareda, se s<strong>en</strong>tía el olor a cuero quemado y el pobre cuadrúpedo <strong>la</strong>nzaba un<br />
<strong>la</strong>stimero balido que era «festejado» por los paisanos con gritos y a<strong>la</strong>ridos. Entonces<br />
soltaban al animalito que, veloz, iba con su madre.<br />
El acto de capar era brutal , luego de un tajo <strong>en</strong> <strong>la</strong>s verijas buscaban con los dedos<br />
el testículo y el cordón espermático y se lo tiraban, retorciéndolo hasta arrancarlos,<br />
luego lo «curaban» con desinfectante.<br />
Fue pasando <strong>la</strong> tarde y empecé a p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> el regreso. Meditaba <strong>en</strong> lo auténtico<br />
y pintoresco de <strong>la</strong> marcada, pero también <strong>en</strong> lo primitivo de <strong>la</strong> manera de criar y<br />
tratar al ganado; como hace un siglo o más.<br />
17 montículo de piedras que construían los indíg<strong>en</strong>as andinos como signo de devoción a <strong>la</strong> Pachamama.