Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas
Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas
Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
juan carlos giménez<br />
El ganado estaba desparramado por <strong>la</strong>s serranías vecinas, había que ser fuerte,<br />
corajudo y conocer<strong>la</strong>s para ir a buscarlo. La localización y el arreo se hacía a campo<br />
traviesa, por desnive<strong>la</strong>dos terr<strong>en</strong>os de monte bajo, <strong>en</strong>ramado; a pie, brincando y trepando.<br />
T<strong>en</strong>ían <strong>la</strong> inestimable ayuda de los perros, pero llevarlos hasta el corral era<br />
una tarea difícil; algunos animales escapaban, llegando a lugares inaccesibles.<br />
La haci<strong>en</strong>da se cría <strong>en</strong> el monte, allí deambu<strong>la</strong> a su antojo con poca o ninguna<br />
pres<strong>en</strong>cia humana, es arisca, salvaje y, no pocas veces, embiste a los arreadores que<br />
debían estar at<strong>en</strong>tos, como toreros; un descuido podía ser fatal; una caída, despeñarse<br />
o <strong>la</strong>stimarse <strong>en</strong> <strong>la</strong> <strong>en</strong>ramada podía ocurrir <strong>en</strong> cualquier mom<strong>en</strong>to.<br />
Yo había recorrido esos lugares <strong>en</strong> excursiones, para mí, verdaderas av<strong>en</strong>turas de<br />
<strong>la</strong>s que estaba orgulloso. Me llevaban una jornada completa, caminando horas, no<br />
podía imaginarme cómo estos paisanos lo hacían <strong>en</strong> un rato, al trote, a <strong>la</strong> carrera,<br />
bajando y subi<strong>en</strong>do empinados terr<strong>en</strong>os <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>o monte.<br />
Hombres y animales llegaban cansados al corral, allí el ayudante debía estar at<strong>en</strong>to<br />
para <strong>en</strong>cerrarlos; ir a buscarlos de nuevo era una doble tarea. Mardonio con sus ses<strong>en</strong>ta<br />
y pico de años llegó al trote, arreando unas vacas y sus terneros, se lo veía exhausto; a<br />
pesar del frío, su camisa estaba empapada <strong>en</strong> sudor y <strong>la</strong> ropa desord<strong>en</strong>ada. Encerró los<br />
animales, nos saludamos, estaba cont<strong>en</strong>to de que haya v<strong>en</strong>ido, pero se lo veía contrariado.<br />
El ganado no era todo, faltaba casi <strong>la</strong> mitad, no podía <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der cómo se habían<br />
desparramado tanto, si hasta ayer estaban ahí nomás, «cosa de mandinga», dijo.<br />
La tarea era formidable, una lucha del hombre a pie, con calzado y ropa bastante<br />
precaria, contra <strong>la</strong> naturaleza. Una, inmóvil; el terr<strong>en</strong>o escabroso con mil y un obstáculos;<br />
<strong>la</strong> otra, escurridiza, agresiva; el animal salvaje, que se movía <strong>en</strong> un terr<strong>en</strong>o<br />
que conocía muy bi<strong>en</strong>. Todo muy lejano a <strong>la</strong>s imág<strong>en</strong>es del rodeo clásico, donde<br />
el gaucho o el cowboy van bi<strong>en</strong> montados juntando el ganado, pero estaban los<br />
perros, sin ellos <strong>la</strong> tarea sería imposible. Paco a mi <strong>la</strong>do, firmem<strong>en</strong>te sujeto, miraba<br />
at<strong>en</strong>to, por ahí tironeaba <strong>la</strong>drando para seguir a sus congéneres, pero había decidido<br />
no soltarlo, no quería sorpresas.<br />
Era medio día cuando Mardonio decidió que fuéramos a <strong>la</strong> casa para almorzar y<br />
com<strong>en</strong>zar <strong>la</strong> marcada; el ganado que no se localizó se lo seña<strong>la</strong>ría <strong>en</strong> otra oportunidad<br />
o el año próximo. La comida estaba lista: un bu<strong>en</strong> locro que se hacía <strong>en</strong> una inm<strong>en</strong>sa<br />
ol<strong>la</strong> de aluminio; para <strong>la</strong> noche habría asado, cabeza guateada con «copleada».<br />
La abue<strong>la</strong> Anita <strong>en</strong> <strong>la</strong> casa estaba <strong>en</strong> <strong>la</strong> tarea de preparar los adornos, <strong>la</strong>s «flores»,<br />
para <strong>la</strong>s orejas del ganado que se marcaba. Eran pequeñas y multicolores, hechas<br />
con <strong>la</strong>na de oveja, muy ing<strong>en</strong>iosas; el colocárselo era «<strong>en</strong>florar» al ternero.<br />
Fueron llegando los arrieros con sus hábiles, sufridos, fieles y f<strong>la</strong>cos perros, Paco<br />
los miraba con at<strong>en</strong>ción; algunos se acercaban, se olían. Gruñidos hubo, pero el visitante<br />
se portaba digno, tranquilo, hasta se animó a mostrar los colmillos a un camorrero,<br />
estaba seguro a mi <strong>la</strong>do. Teodosia, <strong>la</strong> esposa de Mardonio, dio de comer a<br />
los perros, me preguntó si le daba a Paco, acepté p<strong>en</strong>sando que este atorrante se<br />
haría de rogar, dado que es medio deliquete con <strong>la</strong> comida. Le trajeron un recipi<strong>en</strong>te<br />
83