08.05.2013 Views

Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas

Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas

Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

juan carlos giménez<br />

<strong>en</strong>cima, y se agarraba <strong>la</strong> cabeza. Estacionamos <strong>la</strong>s motos, nos sacamos los cascos y<br />

guantes rápidam<strong>en</strong>te, acercándonos al hombrecito que estaba inmóvil <strong>en</strong> el suelo. No<br />

sabía <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to si estaba vivo o muerto, ya más cerca aprecié que ap<strong>en</strong>as respiraba,<br />

y muy pálido. Era un hombre de <strong>la</strong> zona, delgado, de mediana estatura, no había<br />

sangre ni señales de desgarro <strong>en</strong> <strong>la</strong>s ropas, al s<strong>en</strong>tir mis pasos, al agacharme para tomarle<br />

el pulso, <strong>en</strong>treabrió sus ojos, me miró diciéndome con un hilo de voz: –Ayúdeme<br />

amigo, <strong>la</strong> rueda me pasó por el bajovi<strong>en</strong>tre–. No podía imaginarme todavía qué había<br />

pasado, pero me di cu<strong>en</strong>ta de que el hombre estaba muy delicado, a punto de desfallecer<br />

por un traumatismo interno. Lo revisé procurando no moverlo, t<strong>en</strong>ía el pulso débil,<br />

dolor <strong>en</strong> el abdom<strong>en</strong> inferior que estaba t<strong>en</strong>so, el hueso de <strong>la</strong> pelvis crepitaba.<br />

¡T<strong>en</strong>íamos que tras<strong>la</strong>darlo urg<strong>en</strong>te al hospital! ¿Cómo hacerlo? En el campam<strong>en</strong>to<br />

de vialidad no había vehículos, el guardaparque, no estaba. Entonces Roque fue práctico,<br />

dijo que me quedara con el accid<strong>en</strong>tado, el iría hasta el hospital a pedir ayuda y<br />

partió raudam<strong>en</strong>te cuesta abajo. Antes de una hora era imposible t<strong>en</strong>er <strong>la</strong> ambu<strong>la</strong>ncia<br />

y me dispuse a esperar. Tranquilizaba al muchacho que estaba muy excitado, sin que<br />

me pudiera explicar qué había pasado, cuidaba al herido que estaba quieto, contro<strong>la</strong>ba<br />

sus signos vitales, me alivié al ver que eran normales aunque seguía pálido y<br />

rogaba a Dios que le diera fuerzas para aguantar hasta que llegara el auxilio.<br />

Regresó el señor del campam<strong>en</strong>to de vialidad con el agua, refresqué al herido,<br />

tomó unos sorbos, t<strong>en</strong>ía los ojos cerrados, confiaba <strong>en</strong> nosotros y el creador. Lo que<br />

más impresionaba <strong>en</strong> esos mom<strong>en</strong>tos de dramatismo era el sil<strong>en</strong>cio total reinante,<br />

ap<strong>en</strong>as quebrado por el canto de los pájaros.<br />

Habrían transcurrido unos veinte minutos cuando s<strong>en</strong>tí el ruido de un vehículo<br />

que v<strong>en</strong>ía bajando, lo reconocí al instante: –¡El «coya» Arjona <strong>en</strong> su mítica Dodge!<br />

– Bajó presto, ya había visto al camioncito y al hombre <strong>en</strong> el suelo: –¡¿Qué pasa,<br />

doctor?!– me dijo, mi<strong>en</strong>tras rápido se acercaba; le conté lo poco que sabía.<br />

Reconoció a Canaviri, su viejo Bedford, fue a donde estaba el muchacho, que sollozaba<br />

a <strong>la</strong> oril<strong>la</strong> del camino para hab<strong>la</strong>rle, que le explicara lo que había pasado, quedé<br />

junto al caído, no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día nada de lo que char<strong>la</strong>ban, sí veía al «coya» gesticu<strong>la</strong>ndo,<br />

que se agarraba <strong>la</strong> cabeza con ambas manos por el asombro, luego se acercó y me<br />

dijo con absoluta seguridad: ¡¡¡T<strong>en</strong>emos que llevar ya a este hombre al hospital!!!<br />

Ahí t<strong>en</strong>go una madera y unas colchas, le haremos una camil<strong>la</strong>, lo pondremos sobre<br />

el asi<strong>en</strong>to <strong>la</strong>rgo <strong>en</strong> <strong>la</strong> parte de atrás de <strong>la</strong> camioneta, los pasajeros se acomodarán,<br />

lo cuidarán, expresó sin dudar, con <strong>la</strong> seguridad de un experto.<br />

Con esmero pusimos al accid<strong>en</strong>tado sobre <strong>la</strong> improvisada «tab<strong>la</strong>» de emerg<strong>en</strong>cias.<br />

Los pasajeros se habían bajado, algunos ayudaban, conocían a Heriberto, era vecino<br />

de Valle Grande. Cumplían estrictam<strong>en</strong>te <strong>la</strong>s indicaciones del «coya»; <strong>la</strong>s mujeres<br />

murmuraban, el paci<strong>en</strong>te no se quejaba, por ahí se contraía algo por el dolor cuando<br />

lo movíamos, seguía con los ojos cerrados pero contestaba c<strong>la</strong>ram<strong>en</strong>te cuando se le<br />

preguntaba algo. «Procedan ustedes como corresponda que yo aguanto», dijo <strong>en</strong> un<br />

mom<strong>en</strong>to; confiaba pl<strong>en</strong>am<strong>en</strong>te <strong>en</strong> sus samaritanos. También pidió agua y coca an-<br />

43

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!