Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas
Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas
Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
84<br />
nuestras <strong>Yungas</strong>, <strong>re<strong>la</strong>tos</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> <strong>selva</strong> <strong>jujeña</strong><br />
a donde estaba atado; grande fue mi sorpresa al ver <strong>la</strong>s ganas con que devoraba <strong>la</strong><br />
comida sin levantar <strong>la</strong> cabeza, re<strong>la</strong>miéndose después de terminar. Disimu<strong>la</strong>dam<strong>en</strong>te<br />
me acerqué a ver, quedaban restos de algo marrón oscuro como hígado molido<br />
y pregunté qué era, sangre de vaca, cocida con harina, el premio que se da <strong>en</strong> <strong>la</strong>s<br />
marcadas a los perros rastreadores, les gusta mucho, y por lo visto, a Paco también;<br />
el ciudadano compartía los gustos culinarios de sus colegas vallistos.<br />
Me s<strong>en</strong>té con unas señoras del lugar, nos saludamos, char<strong>la</strong>mos amablem<strong>en</strong>te<br />
mi<strong>en</strong>tras degustábamos el humeante y rico locro. Llegaron más invitados, conocía<br />
a algunos, todos eran bi<strong>en</strong> at<strong>en</strong>didos, acomodándose para comer. Como bebida sirvieron<br />
chicha de maíz, «<strong>la</strong> bebida ceremonial de los incas», al principio <strong>la</strong> probé con<br />
desconfianza, pero a medida que transcurrió <strong>la</strong> jornada me gustaba cada vez más.<br />
Como <strong>en</strong> toda casa de campo, criaban gallinas, eran de bu<strong>en</strong> tamaño, bi<strong>en</strong> emplumadas,<br />
de colores bril<strong>la</strong>ntes: b<strong>la</strong>ncas, rojas, batarazas, de patas fuertes; los gallos, de<br />
impresionante estampa con bu<strong>en</strong>os espolones, animales de respetar, cosa que <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió<br />
Paco al instante. Los observaba sigui<strong>en</strong>do sus movimi<strong>en</strong>tos sin ningún amague<br />
de <strong>la</strong>drarles o agredir<strong>la</strong>s. Se a<strong>la</strong>rmó algo, poniéndose más at<strong>en</strong>to, cuando vio<br />
que varias de el<strong>la</strong>s avanzaban decididas hacia su recipi<strong>en</strong>te de comida a terminar<br />
los restos, lo tomaron por asalto y, <strong>en</strong> un instante, con fuertes picotazos lo dejaron<br />
limpito, Paco se mant<strong>en</strong>ía a distancia como dici<strong>en</strong>do: con estas señoras no me meto.<br />
Entonces ocurrió algo imprevisto; todas <strong>la</strong>s gallinas, al unísono, como obedeci<strong>en</strong>do<br />
una ord<strong>en</strong> fueron a refugiarse debajo del horno que estaba ahí nomás. No vi a nadie<br />
que les obligara o am<strong>en</strong>azara.<br />
Mardonio reaccionó al instante al ver el movimi<strong>en</strong>to, el águi<strong>la</strong>!, dijo <strong>en</strong> voz baja<br />
levantándose. Miré hacia <strong>la</strong> copa de los árboles y vi una hermosa ave b<strong>la</strong>nca que<br />
sin hacer ruido, ni batir <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s, sobrevo<strong>la</strong>ba majestuosa sobre el lugar, era grande;<br />
su cabeza se movía solemne observando el terr<strong>en</strong>o. El dueño de casa <strong>en</strong>tró a una<br />
habitación y salió con una escopeta cargando los cartuchos.<br />
El formidable animal se había posado <strong>en</strong> un árbol cercano, todos observábamos<br />
<strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio. Mardonio fue despacio, lo seguí; se veía el águi<strong>la</strong>, hermosa <strong>en</strong>tre el fol<strong>la</strong>je<br />
mirando impon<strong>en</strong>te a todos <strong>la</strong>dos, sin importarle nuestros movimi<strong>en</strong>tos ni sospechar<br />
lo que le esperaba. El disparo retumbó <strong>en</strong> los cerros <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to que se<br />
desplomó, había sido certero; un balín <strong>en</strong> el pecho, no se movía <strong>en</strong> el suelo cuando<br />
me acerqué, tuve miedo, respeto de tocar<strong>la</strong>. Vino Juan, el hijo m<strong>en</strong>or de Mardonio,<br />
jov<strong>en</strong> ya, <strong>la</strong> agarró de <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s ext<strong>en</strong>diéndo<strong>la</strong>s, casi un metro y medio de <strong>en</strong>vergadura:<br />
¡era un hermoso, inm<strong>en</strong>so ejemp<strong>la</strong>r! Tuve <strong>la</strong> impresión que se había cometido<br />
un crim<strong>en</strong> y lo fue; pero para los Cari, era uno de sus <strong>en</strong>emigos, junto al tigre y al<br />
cóndor; así que no pude decir nada.<br />
El plumaje era perfecto, b<strong>la</strong>nco <strong>en</strong> el pecho, el interior de <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s, fue lo que vi<br />
cuando vo<strong>la</strong>ba, negro <strong>en</strong> <strong>la</strong>s puntas, <strong>la</strong> co<strong>la</strong> y el dorso; <strong>la</strong> cabeza, re<strong>la</strong>tivam<strong>en</strong>te pequeña,<br />
con un pico pot<strong>en</strong>te, no grande, estaba coronada con un p<strong>en</strong>acho de plumines<br />
negros que le daban un aire de realeza. Pero lo impon<strong>en</strong>te eran sus patas,