Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas
Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas
Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
50<br />
nuestras <strong>Yungas</strong>, <strong>re<strong>la</strong>tos</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> <strong>selva</strong> <strong>jujeña</strong><br />
Llegamos al puesto; era una pieza de palos y chapas con un corral; todo precario.<br />
D<strong>en</strong>tro de <strong>la</strong> habitación había unos catres, ropa colgada, <strong>la</strong>zos, agua <strong>en</strong> bidones, panes<br />
de sal, un mechero, <strong>en</strong> fin, todo lo necesario para estar unos días vigi<strong>la</strong>ndo los<br />
animales. A <strong>la</strong> <strong>en</strong>trada había un fogón, con unos bancos de troncos; era <strong>la</strong> «cocina<br />
comedor». Los animales empezaron a acercarse espontáneam<strong>en</strong>te al corral, sabían<br />
que v<strong>en</strong>ía su cuota de sal que era colocada sobre rocas con huecos <strong>en</strong> los que <strong>en</strong>tra el<br />
«pan de sal» con exactitud y, por turno los animales les daban formidables <strong>la</strong>midas.<br />
Era pasado el mediodía y aprovechamos para comer, Andrés, su gavilán que estaba<br />
sin cuero, apreciándose su músculos como <strong>en</strong> una figura anatómica, no me<br />
t<strong>en</strong>taba para nada; muy educadam<strong>en</strong>te decliné <strong>la</strong> invitación a compartirlo, preferí<br />
mi «civilizado» fiambre, del que, g<strong>en</strong>til, aceptó un poco.<br />
Descansamos un rato, recorrí los alrededores, «descubrí» el Pinal, un hermoso bosquecillo<br />
de pinos del cerro, cubiertos de barba del monte; era un lugar mas amplio<br />
que <strong>la</strong>s quebradas anteriores, con el suelo alfombrado de pastos y hojas, un sitio<br />
ideal para acampar. Andrés me señaló unas rocas que, <strong>en</strong> fi<strong>la</strong>, asomaban más arriba;<br />
estaban a regu<strong>la</strong>r distancia: La Cresta del Sunchales, dijo, refiriéndose a <strong>la</strong> escarpada<br />
cima, que parece <strong>la</strong> cresta de un ave, donde nace el arroyo Sunchales. Llegando allí <strong>la</strong><br />
visión es más amplia, se aprecia todo a <strong>la</strong> redonda; lo que ya vimos y lo del otro <strong>la</strong>do,<br />
Alto Calilegua, el Hermoso, el Amarillo, San Francisco. Eso me <strong>en</strong>tusiasmó mucho,<br />
era un lugar formidable, pero imposible de llegar <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to: mis piernas no<br />
daban más y <strong>la</strong> hora era avanzada (eran <strong>la</strong>s cuatro de <strong>la</strong> tarde y por ser invierno <strong>en</strong><br />
dos horas se pondría el sol, <strong>en</strong> tres estaría oscuro); hacer el regreso de noche no era<br />
aconsejable. Pero <strong>la</strong> idea me <strong>en</strong>tusiasmó y quedamos <strong>en</strong> hacerlo <strong>en</strong> otra oportunidad,<br />
hasta con <strong>la</strong> posibilidad de pernoctar <strong>en</strong> el bosque <strong>en</strong>cantado del Pinal.<br />
Iniciamos el regreso a paso vivo, fue como el desc<strong>en</strong>so de una inm<strong>en</strong>sa rueda gigante,<br />
<strong>la</strong>s cosas desaparecían a nuestra vista; perdimos el paisaje cuando nos sumergimos<br />
<strong>en</strong> el monte, si hasta me parecía imposible cómo había podido realizar semejante<br />
subida, caminaba cansado pero cont<strong>en</strong>to, p<strong>la</strong>nificando mi próxima excursión,<br />
desde luego con Paco, que se había portado muy bi<strong>en</strong>, a <strong>la</strong> Cresta del Sunchales. 9<br />
9 <strong>en</strong> uno de los descansos, andrés con su dificultosa dicción me dijo: Doctor, usted que anda por <strong>la</strong> ciudad; ¿no puede<br />
conseguir un método para tocar violín?, me tomó de sorpresa, no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día y le pedí me repitiera lo dicho. ¡sí!, quería<br />
un método, un instructivo para tocar el violín. <strong>en</strong>tonces me contó su afición a ese instrum<strong>en</strong>to que t<strong>en</strong>ía, lo había comprado<br />
hacía unos años <strong>en</strong> libertador, a un carpintero del Barrio san lor<strong>en</strong>zo. ¡un luthier <strong>en</strong> <strong>la</strong> vil<strong>la</strong>!, ¡no lo podía creer!.<br />
el sabía algo, tocaba <strong>en</strong> soledad, pero quería perfeccionarse. <strong>la</strong> verdad que me quedé maravil<strong>la</strong>do con su pasatiempo:<br />
¡Tocar el violín <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>o cerro!, este viejo criollo ti<strong>en</strong>e hermosas inquietudes.<br />
De regreso a libertador, no pude resistir mi curiosidad de conocer a ese luthier criollo y, luego de averiguar un poco<br />
lo <strong>en</strong>contré, vivía a unas cuadras del puesto de salud. Don Jerez ti<strong>en</strong>e una pequeña carpintería al fr<strong>en</strong>te de su casa;<br />
fui con Berta, <strong>la</strong> <strong>en</strong>fermera, que me sirvió de guía. nos recibió con g<strong>en</strong>tileza, nos conocíamos como médico y paci<strong>en</strong>te.<br />
al com<strong>en</strong>tarle el motivo de mi visita: conocer, ver al hacedor de violines, sonrió orgulloso; fue ad<strong>en</strong>tro y trajo uno<br />
que t<strong>en</strong>ía listo para <strong>en</strong>tregar. sin ser músico, quedé maravil<strong>la</strong>do del aspecto y <strong>la</strong> terminación del instrum<strong>en</strong>to, todo<br />
muy prolijo.