Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas
Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas
Nuestras Yungas, relatos en la selva jujeña - Fundación ProYungas
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
juan carlos giménez<br />
t<strong>en</strong>ía un niño <strong>en</strong> brazos y dos adolesc<strong>en</strong>tes revoloteaban a su alrededor. Por lo que vi<br />
había agotado todo su saber; yo no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día nada de eso, no podía ayudarlo, tampoco<br />
podía pasar, hacer retroceder al camión para que me diera lugar era imposible, así<br />
que me dispuse esperar, a ver cómo se desarrol<strong>la</strong>ban los acontecimi<strong>en</strong>tos.<br />
Fue <strong>en</strong>tonces cuando vi al «ángel salvador»; Arjona acababa de parar su Dodge de<strong>la</strong>nte<br />
del camión, v<strong>en</strong>ía de Valle Grande. Se bajó parsimoniosam<strong>en</strong>te con su obesa<br />
humanidad y descuajeringada vestim<strong>en</strong>ta; t<strong>en</strong>ía su clásico gorro celeste–marrón que<br />
no se saca ni para dormir. Observó meticulosam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> esc<strong>en</strong>a, sin dirigir pa<strong>la</strong>bra a<br />
nadie, como si no existiéramos.<br />
Me retiré unos segundos para informar a mis acompañantes de los hechos y, al<br />
volver, ya estaba don Dionisio trepado arriba del motor con una gigantesca l<strong>la</strong>ve<br />
francesa <strong>en</strong> <strong>la</strong>s manos, dirigi<strong>en</strong>do a viva voz el salvataje. El chofer le obedecía, seguía<br />
a pie juntil<strong>la</strong>s todas sus indicaciones, ví que trabajaban <strong>en</strong> <strong>la</strong>s válvu<strong>la</strong>s de inyección,<br />
«<strong>la</strong>s purgaba», según escuché. Parecía el director de una orquesta con su batuta metálica,<br />
dirigi<strong>en</strong>do <strong>la</strong> función con absoluta seguridad. Por mom<strong>en</strong>tos hab<strong>la</strong>ba solo <strong>en</strong><br />
voz alta, <strong>en</strong> su personal jeringonza que nadie <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día, t<strong>en</strong>ía el aspecto de un niño<br />
jugando al mecánico, ajustando y aflojando tuercas mi<strong>en</strong>tras el gasoil le caía <strong>en</strong>cima<br />
como lluvia <strong>en</strong> cada movimi<strong>en</strong>to del motor. Luego de completar una serie de maniobras<br />
se bajó y dijo <strong>en</strong> voz alta sin dirigirse a nadie: –Bu<strong>en</strong>o, ahora hacer oler nafta al<br />
motor y ¡listo! a seguir viaje– y se <strong>en</strong>caminó a su camioneta, abrió el capot metiéndose<br />
prácticam<strong>en</strong>te ad<strong>en</strong>tro, volvió con una botellita plástica con nafta.<br />
Se acercó al camión sin decir pa<strong>la</strong>bra, todos seguíamos con at<strong>en</strong>ción sus movimi<strong>en</strong>tos<br />
y, como un mago que desarrol<strong>la</strong> su función, dejó con parsimonia <strong>la</strong> botellita sobre<br />
<strong>la</strong> rueda y, <strong>en</strong> rápido movimi<strong>en</strong>to sacó su pañuelo, nada impecable, del bolsillo del<br />
pantalón, lo roció con nafta de <strong>la</strong> botellita, prolija y misteriosam<strong>en</strong>te; impresionaba<br />
ser una medida exacta. Moviéndose como <strong>en</strong> cámara l<strong>en</strong>ta puso <strong>la</strong> botellita <strong>en</strong> su sitio;<br />
luego, con prolijidad, introdujo el pañuelo <strong>en</strong> <strong>la</strong> toma de aire del motor y, <strong>en</strong> voz alta y<br />
cortante, dirigiéndose al chofer dijo: –A ver, che, dale arranque pa’que ande–.<br />
Y así fue, tras algunas explosiones desafinadas, se sintió el acompasado rugido del<br />
motor retumbar <strong>en</strong> los cerros, sonaba a música <strong>en</strong> nuestros oídos, ahora podríamos<br />
seguir viaje. Varios gritamos: –¡Bravo «coya»! ¡Bi<strong>en</strong> Arjona!– pero éste, imperturbable,<br />
sin prestar at<strong>en</strong>ción, sacó el pañuelo, que casi lo chupa el motor, lo sacudió un poco,<br />
guardó <strong>en</strong> el bolsillo, conectó <strong>la</strong>s mangueras sueltas, tomó <strong>la</strong> botellita, <strong>la</strong> tapó y le<br />
dijo al chofer; que le daba una y mil gracias y le preguntaba cuánto le debía: –¡A ver<br />
si apr<strong>en</strong>des a manejar, che!– y se fue a <strong>la</strong> Dodge sin mirar a nadie, sonri<strong>en</strong>do <strong>en</strong>tre<br />
di<strong>en</strong>tes, despacio, orgulloso. La función había terminado con éxito. 6<br />
6 esto ocurrió a fines de <strong>la</strong> década de 1990, arjona <strong>en</strong>vejeció, no maneja, vive <strong>en</strong> Valle Grande con su esposa, ahora<br />
viaja <strong>en</strong> colectivo, haciéndoles siempre observaciones a los choferes. <strong>la</strong> ruta provincial 83 a Valle Grande debe<br />
l<strong>la</strong>marse Dionisio arjona, él demostró su viabilidad para el tránsito automotor. su mítica Dodge, ex de YPF, sigue<br />
andando por los caminos vallistos. ahora <strong>en</strong> su parte puneña, <strong>en</strong> santa ana, lleva, trae pasajeros y carga hasta <strong>la</strong><br />
punta de <strong>la</strong> ruta que quiere llegar a Valle Colorado; como siempre, igual que su antiguo amo, abri<strong>en</strong>do camino.<br />
45