juan carlos giménez le sacan los pesitos a uno y vaya a saber que darán cuando necesite el cajón»; «Quiero estar <strong>en</strong> <strong>la</strong> tierra», y así por el estilo, <strong>la</strong> familia se había resignado, dejando <strong>en</strong> manos de <strong>la</strong> Provid<strong>en</strong>cia lo que pasara. En uno de los viajes a Libertador a cobrar <strong>la</strong> jubi<strong>la</strong>ción, Rogelio regresó con lo que sería una sorpresa para todos: ¡un féretro!, sí ¡un cajón de muerto! Lo había comprado a su gusto y medida <strong>en</strong> <strong>la</strong> funeraria, lo trajo <strong>en</strong> <strong>la</strong> camioneta de Arjona con mucho cuidado, estuvo varios años <strong>en</strong> su dormitorio contra <strong>la</strong> pared hasta que le llegó <strong>la</strong> hora; fue <strong>en</strong>terrado <strong>en</strong> Pampichue<strong>la</strong>, <strong>en</strong> el féretro que él eligió para reposar eternam<strong>en</strong>te. El Vallecito de los Cari sigue de pie por el int<strong>en</strong>so trabajo de sus habitantes; simples, tranquilos, <strong>la</strong>boriosos; ahora todos ti<strong>en</strong><strong>en</strong> cobertura de sepelio, no hay ataúdes <strong>en</strong> los dormitorios. 7 7 anita falleció <strong>en</strong> Vallecito a los 92 años, <strong>en</strong> <strong>en</strong>ero de 2007. El «Coya» Arjona. Cambiando un neumático de su Dodge. Foto del autor. 47
48 Andrés Cazón nuestras <strong>Yungas</strong>, <strong>re<strong>la</strong>tos</strong> <strong>en</strong> <strong>la</strong> <strong>selva</strong> <strong>jujeña</strong> El otro personaje de Vallecito es Andrés Cazón, un criollo nacido <strong>en</strong> Pampichue<strong>la</strong>, hombre mayor, sobrepasa los set<strong>en</strong>ta años, delgado, fuerte, de mediana estatura, hábil para <strong>la</strong>s tareas de campo, desd<strong>en</strong>tado como <strong>la</strong> mayoría de los adultos <strong>en</strong> el cerro, su dicción es algo farful<strong>la</strong>nte por lo que hay que estar at<strong>en</strong>to cuando hab<strong>la</strong>. Tranquilo, de mirar a los ojos, su rostro está curtido por el sol y los años, vive conchabado con los Cari de hace muchos años. Una vez acompañé a Andrés por el cerro, iba a ver unas vacas a «<strong>la</strong> cresta del Sunchales», <strong>la</strong> terminación abrupta de <strong>la</strong> <strong>la</strong>dera, que nace kilómetros abajo <strong>en</strong> el río Valle Grande. Cuando se equipaba me l<strong>la</strong>mó <strong>la</strong> at<strong>en</strong>ción que preparara su vieja escopeta del 16 y al preguntarle el por qué me dijo: «Andan cóndores por allí, atacan los terneros y, si se pon<strong>en</strong> a tiro, los bajo». Eso no me gustó, traté de explicarle que el cóndor es carroñero, come animales muertos, no ataca a los vivos y me contestó con sorna: Pregúntele a Mardonio cuántos terneros perdió <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s garras de esos caranchos de a<strong>la</strong> b<strong>la</strong>nca. Anita que miraba <strong>la</strong> esc<strong>en</strong>a, as<strong>en</strong>tía con <strong>la</strong> cabeza, dando su aprobación, y dijo que su hijo había visto el día anterior una manada de chanchos del monte <strong>en</strong> una aguada cercana, que podrían estar todavía; ésa era otra razón para llevar<strong>la</strong>. Pero <strong>la</strong> verdad, el llevar arma no me conv<strong>en</strong>cía, yo quería conocer lugares, ver paisajes, no cazar animales. Me había com<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> una visita anterior que desde arriba se veían todos los pob<strong>la</strong>dos de alrededor; eso era lo que me interesaba. Desde Vallecito iniciamos el asc<strong>en</strong>so, él con escopeta, honda, machete y su pequeño bolso con provisiones, muy l<strong>la</strong>mativas para mí. Vi cuando <strong>la</strong>s preparaba: ¡un gavilán hervido! lo había cazado el día anterior; papa con cáscara, mote y un pedazo de bollo; su botellita de agua, dos pomelos de <strong>la</strong> casa «para darle gusto», no puede tomar<strong>la</strong> so<strong>la</strong>. Llevaba un viejo sombrero de fieltro y se calzó unas modernas zapatil<strong>la</strong>s Yomak de gruesas y dibujadas p<strong>la</strong>ntas. Todo era completam<strong>en</strong>te distinto a mi equipo: prismáticos, máquina de fotos, fiambre, queso, pan, naranjas, agua mineral y, todo eso pesaba bastante. El s<strong>en</strong>dero comi<strong>en</strong>za <strong>en</strong> <strong>la</strong> casa, cruza el camino carretero, <strong>la</strong> primera parte d<strong>en</strong>tro del monte serrano. Luego de una hora y media de firme andar se llega a los pe<strong>la</strong>dares, el cambio de monte a pastizales se da de manera brusca como trazado con una reg<strong>la</strong>; cuando se llega a ellos se los ve allí, de<strong>la</strong>nte, <strong>en</strong> perman<strong>en</strong>te subida, como una pared casi vertical, verde o amaril<strong>la</strong> según <strong>la</strong> estación, que se pierde <strong>en</strong> el cielo. Mi<strong>en</strong>tras uno camina asc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do no percibe el cambio exterior del paisaje, que ocurre ap<strong>en</strong>as comi<strong>en</strong>za a trepar, pero al darse vuelta, luego de resol<strong>la</strong>r un rato para recuperar ali<strong>en</strong>to, se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra con una gran sorpresa: ¡El mundo es distinto! y queda maravil<strong>la</strong>do ante una formidable visión panorámica; si<strong>en</strong>te que <strong>la</strong> caminata, el cansancio, no fueron <strong>en</strong> vano. Habíamos superado <strong>en</strong> altura a <strong>la</strong> quebrada del río de Valle Grande, estábamos por <strong>en</strong>cima de el<strong>la</strong>, apreciando de una manera increíble el paisaje: debajo, el camino carretero, que aparecía y desaparecía por <strong>la</strong>s curvas y
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