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charpentier, etienne.. - 10

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Así, pues, lo que el hombre tiene prohibido es<br />

negarse a ser hombre, querer convertirse en dios.<br />

Sólo Dios es «sabio», conocedor de la raíz de la<br />

felicidad y de la desgracia. No se puede robar esta<br />

sabiduría, sino que Dios la da a quien lo ama con<br />

respeto o, como dice la Biblia, a quien «le teme»<br />

(véase, por ejemplo, Prov 3, 18).<br />

La sabiduría que quiso robar lo deja finalmente<br />

«desnudo»; descubre que no es más que un hombre<br />

y participa del estado de la serpiente: desnudo y<br />

astuto son la misma palabra en hebreo.<br />

- El sufrimiento y la muerte. ¿Moría y sufría el<br />

hombre antes del pecado? La cuestión está mal<br />

planteada. El autor se fija lúcidamente en la condición<br />

humana de su tiempo: sabe que existe el sufrimiento<br />

y la muerte, y busca su sentido. Se encuentra<br />

con la sabiduría de Dios que el hombre no puede<br />

conocer. Querer robar esa sabiduría es quedarse<br />

desnudo, desamparado en esa condición humana<br />

dolorosa. Descubre entonces un vínculo entre el sufrimiento<br />

y el pecado. Antes del pecado, Adán sufría<br />

y habría muerto, pero habría vivido esa condición<br />

en la confianza en Dios, sin angustia. (Luego volveremos<br />

sobre la palabra «antes»).<br />

- El árbol de la vida. Aparece primero en 2, 9.<br />

Según 2, 16, el hombre puede comer de él. Reaparece<br />

en 3, 22-23. Se descubre aquí la bondad de Dios.<br />

No es celoso, como pretende la serpiente. Tiene en<br />

sus manos, sólo él, la vida y está dispuesto a dársela<br />

al hombre con tal que el hombre la quiera: «Te<br />

pongo delante vida y muerte...; elige la vida» (Dt 30,<br />

19-20).<br />

• El paraíso: una tarea que realizar<br />

El autor quiere expresar dos cosas difíciles de<br />

decir y de mantener al mismo tiempo. La primera<br />

la ha recibido de su fe: Dios ha creado al hombre<br />

para que sea feliz y libre; Dios no ha creado el<br />

pecado, ni el mal. La segunda la sabe por experiencia:<br />

todo hombre es pecador, todo hombre quiere<br />

hacerse dios; y esto desde siempre.<br />

Tomemos una moneda: no es posible ver al mismo<br />

tiempo las dos caras; habría que cortar la moneda<br />

por la mitad, y ya no sería una verdadera moneda.<br />

Algo así es lo que hace aquí el yahvista. Sus dos<br />

EL PECADO ORIGINAL<br />

Lo que los cristianos llaman «pecado original» no se<br />

encuentra en el texto del Génesis, sino en la carta de<br />

Pablo a los Romanos (Rom 5).<br />

El pecado del Génesis. Si Adán es el hombre, todo<br />

hombre, su pecado es también el pecado de todo hombre,<br />

el pecado del mundo. En este sentido, cada uno de<br />

nuestros pecados entra en ese pecado de Adán, lo aumenta,<br />

le da consistencia.<br />

Para Pablo, la afirmación del pecado original no es<br />

más que la consecuencia de una verdad mucho más<br />

importante: Todos nosotros estamos salvados en Jesucristo.<br />

Todos nosotros lo estamos, sigue diciendo, porque<br />

todos teníamos necesidad de estarlo. Intenta demostrarlo,<br />

de forma estadística al principio, manifestando<br />

que tanto judíos como paganos son pecadores (Rom<br />

1-3); más adelante, sigue su demostración de forma<br />

simbólica: puesto que Adán nos representa a todos, y<br />

ha pecado, todos en él somos pecadores. Pero esto no es<br />

más que una consecuencia. Lo esencial está en que<br />

todos nosotros estamos salvados en Jesucristo. Allí donde<br />

abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Dicho de<br />

otra forma, nos declara que no somos los que damos,<br />

sino los que recibimos la gracia, pecadores agraciados.<br />

y esto es maravilloso. Cuando hemos salido de un accidente<br />

mortal, la cicatriz que nos queda es maravillosa:<br />

cada vez que la vemos, nos recuerda que estamos vivos.<br />

El dogma del pecado original debería también entusiasmarnos;<br />

nos recuerda que Dios nos salva en Jesucristo,<br />

que todo lo superamos de sobra gracias al que nos<br />

amó (Rom 8, 37).<br />

afirmaciones son las dos caras de la realidad humana;<br />

las separa para ponerlas una aliado de la otra,<br />

«antes» y «después». ¡Ahora está claro, pero eso ya<br />

no es el hombre! El «antes», aquí, no es un tiempo<br />

histórico, sino una imagen teológica: desea expresar<br />

únicamente el deseo de Dios, deseo que de hecho<br />

no se ha realizado nunca como tal.<br />

Poco después del yahvista, el profeta Isaías recogerá<br />

las mismas imágenes, pero proyectándolas al<br />

final de los tiempos: he aquí lo que Dios realizará<br />

PARA LEER EL AT 53

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