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lo la alegría bcbíeado su vino del Ría ,
que para el baile de la aoche na le quedan,
luego mas que unas piernas trompicoaas
, y dolores de cabeza para el tocador
de las damas la mañaaa siguiente.
— No merezco tales acusaciones , hermosas
señoras , respoadió Durward : los
buenos padres han pasado casi toda la
noche en la iglesia ; y en cuanto á mí ,
apenas he bebido un vaso de su viao mas
común.
— Acaso la parsimoala de la mesa le
ba quitado la alegría , dijo la condesa
Isabel: vamos, señor Quinlin, consolaos.
Si alguaa vez vamos juntos á mi antiguo
castillo de Braquemonte . aunque
yo misma debiese ser vuestro copero ,
beberéis ua cscelente viao, superior al
que producea las decantadas viñas de
Hoccheim ó de Joliaanisberg.
— ün vaso de agua de vuestra ilustre
mano , señora.... dijo Quiatia ; pero le