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acción de sacar así á la vista el regalo
de una dama , solo se considerase en general
como un mero cumplimiento ,
hubiera evidentemente ¡^referido ostentar
en su brazo el que servia de venda á
la leve herida que le hizo el duque de
Orleans.
Siguieron su camino marchando Quintín
al lado de las dos damas , quo {carecían
haberle tácitamente admitido en
su sociedad. Sin embargo , no habló mucho
, lleno como estaba su corazón de
níquel sentimiento íntimo de felicidad que
escita á callar por temor de hacerle público.
La condesa Isabel habló menos
todavía, de suerte que todo el honor de
la conversación quedó para la lia, qut
parecía estar empeñada en sostenerla;
pues para iniciar á Durward , según
ella dijo, en los principios y prácticas
de la caballeria , bízole circuuslanciada
relación, sin oaiitir elmenor requi-