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ocultarnos ; pero ¿porque- jurar por san
Quintín , si uo queréis que se dé cierta
iuterprelacíon á vuestras palabras? No
ignoramos que el buen conde de San
Pol se halla actualmente en la ciudad de
(
este nombre, y que favorece nuestra
causa.
-- ¡Por vida mia I csciamó Quintín,
Eslais fascinados por alguna ilusión. Yo
no conozco al conde de San Pol. .
—Nosotros no os interrogamos, caballero
mío : sin embargo , servios oír una
palabra al oido. Yo me llamo Pabelloa.
— ¿Y esto qué me im|3orta á mí, señor
Pabelloa ?
— Oh ! nada. Únicamente me parece
que eslo debe bastar para convenceros
que. podéis tener alguna confianza
conniigo : aquí está mi colega Rouslaer.»
Rouslaer se adelantó. Era un funcionario
de buenas carnes , cuyo barrigón
Je abría nn camino por la multitud , al