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( 2^/ ).
ticias del anciano limosnero del Obi.s|io,
colocóse lo mas cerca posible del jóvea
de que hablamos, determinado á tom.n
le por prenda de seguridad ó por {)rotector
, si se le frustraba todo olro medio
de salud.
Mientras lodos estaban ea espectacion
para ver lo que resultarla de la orden
(pie el tirano acababa de dar, un hombre
de los del séquito de Pabellón dijo
á Peterkin: «¿No ha asegurado nuestro
amo qne esa bribonzuela es su hija?
Imposible que sea Trudchen. Esta tiene,
á lo menos dos pulgadas mas , y veo
que le sale del velo una trenza de pelo,
negro. ¡ Por san Miguel de la plaza del
Mercado! que tanto valdría decir qne el
cuero del buev negro ha. pertenecido á^
una ternera blanca.
— Chito! chito! respondió Peterkin
con alguaa presencia de ánimo. ¿Sabes
tú si mi'^.stro amo desea robar alguaa.