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cr daño á mis buenos aiaigí^s y aliados
de la ciudad de Lieja ? Soldados , bajad
las armas y sentaos. Quitad de ahí e^o
cadáver , y aneguemos el resentimiento
con nuevas oleadas de vino. •
Todos obedecieron , y los scddados v
los liejen«5es se miraban unos á oíros
como ignorando si debían considerarse
como amigos ó enemigos. Quintín Durward
aprovechó esle momento.
« Guillermo de la Marck , dijo , y vosotros
ciudadanos y habitantes de Lieja ,
escuchadme un momento. Vos , jóvea ,
estatjs quieto , pues Cari procuraba escurrírsele
: no os sucederá ningún mal ,
á menos que se repila alguna de esas
chanzas pesadas.
— Por Satanás , dime quien eres , esclamó
de la Marck sumamente admirado,
lú (pie te atreves á coger rehenes en mi
presencia , y á imponerme condiciones á
mí que las prescribo á los demás y ao
las tolero de nadie.