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espíritu de caballería que á ella le parecía
amortiguado; y que dado caso que
hubiera desaparecido del resto de la tierra
, se le encontraría aua ea el corazón
de los nobles escoceses.
— Paes! esclamó la condesa Hamelina.
¿Si querrá darnos á eateader que
su fría y estéril patria conserva aua aquella
viva llama que se ba apagado ea Francia
y ea Alemania? El pobre joven se
parece á los moatañeses suizos que nada
encuealran taa heraioso como sa
horrible pais. Apuesto á que nos habla
cuaato antes de sus viñas y olivares de
Escocia.
— No señora , respoadió Durward ;
todo lo que puedo decir del viao y del
aceite que se hallan ea auestras montañas,
es que nuestra espada sabe obligar
á nuestros vecinos mas ricos á que nos
paguen un tributo de esas ricas producciones.
Pero en cuanto á la lealtad sin