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za con que le volvió el saludo ; cerró la
ventana, y desapareció.
Ni la claridad del dia ni el vino de
Champaña pudieron hacerle ver en esla
aventura mas de lo que imaginó desde
luego. Parecíale quedar bien probada
la autenticidad del billete ; no le faltaba
saber mas que las consecuencias , y
este era cabalmente el punto sobre el
cual su hermosa correspondíenla no se
dignara hablarle una palabra. La verdad,
que no amenazaba ningún peligro inmediato.
Hallábase la Condesa en ana fortaleza
, bajo la protección de un Príncípe
tan respetable por su poder secular,
como venerable por su dignidad eclesiástica.
Nada al parecer exigía del jóvea y
valeroso escudero ninguna proeza de caballería
: bastábale pues por entonces
estar pronto á ejecutar las órdeaes de la
coadesa Isabel en el mismo ínstaale que
las recibiese. Pero el destino tenía dis-