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Se rompieron las cadenas.pdf - Stichting In de Rechte Straat

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Fundatión En la Calle Recta (ECR)<br />

En su habitación, ante los novicios, el P. Maestro tenía una gran dificultad: <strong>de</strong>bía<br />

indicarnos la parte <strong>de</strong>l cuerpo que <strong>de</strong>bíamos golpear. Nos dijo que en ciertas ór<strong>de</strong>nes<br />

se acostumbra a azotar la espalda; pero esto le parecía peligroso, pues la espalda se<br />

hiere y sangra con facilidad. Suavizó entonces su voz y con temblorosa timi<strong>de</strong>z nos<br />

dijo: . Nos explico a continuación cómo<br />

podíamos <strong>de</strong>snudar dicho lugar sin <strong>de</strong>svestirnos por completo. El método más<br />

práctico y fácil consistía en subirse la sotana hasta la cintura y <strong>de</strong>sabrocharse los<br />

cinturones o tirantes; la ley <strong>de</strong> la gravedad haría el resto.<br />

Quizás se irriten los Re<strong>de</strong>ntoristas al ver revelado este secreto. Pero si se<br />

avergüenzan <strong>de</strong> el, ¿por qué mantienen esta maceración? ¿Existe algo en su<br />

Congregación que no pueda soportar la luz bíblica?<br />

La primera vez que me flagelé me pareció una acción muy humillante. Siempre me<br />

había encolerizado al ser golpeado y héme aquí azotándome yo a mí mismo y a<br />

sangre fría.<br />

Ciertamente, el fin perseguido con esta mortificación era elevado. <strong>Se</strong> trataba <strong>de</strong><br />

convencerse <strong>de</strong>l propio estado <strong>de</strong> culpabilidad ante Dios. Debíamos consi<strong>de</strong>rarnos<br />

dignos <strong>de</strong> los golpes a causa <strong>de</strong> nuestros pecados y expresar la sinceridad <strong>de</strong> nuestro<br />

arrepentimiento con aquella dolorosa mortificación, Era, a<strong>de</strong>más, una imitación <strong>de</strong> los<br />

sufrimientos <strong>de</strong> Jesús y <strong>de</strong> su propia flagelación.<br />

<strong>In</strong>discutiblemente, esta práctica es criticable. Si el dolor es muy vivo no se piensa en<br />

Dios en el cuerpo. La flagelación pue<strong>de</strong> reabrir heridas <strong>de</strong> la niñez, cicatrizadas ya en<br />

el alma: quienes han sufrido frecuentes correcciones públicas <strong>de</strong> sus padres o <strong>de</strong><br />

otros, adquieren un complejo <strong>de</strong> inferioridad que pue<strong>de</strong> así agravarse. Y yo estoy<br />

convencido <strong>de</strong> que una humillación ante los hombres supone siempre una humillación<br />

ante Dios. Por lo <strong>de</strong>más, se recru<strong>de</strong>cen los tormentos <strong>de</strong>l alma, aunque es innegable<br />

que uno se acostumbra al castigo y éste pier<strong>de</strong> su carácter humillante. Y dado que<br />

los Re<strong>de</strong>ntoristas ocultan tan celosamente esta práctica a los <strong>de</strong>más, me pregunto si<br />

no están ellos mismos convencidos <strong>de</strong> que lesiona el sentimiento legítimo <strong>de</strong> la<br />

dignidad humana.<br />

Otra mortificación era llevar cilicio. El cilicio consiste en unas ca<strong>de</strong>nil<strong>las</strong> provistas <strong>de</strong><br />

púas, cuyas puntas han sido embotadas para que no puedan herir. <strong>Se</strong> suelen llevar<br />

en el brazo, en el muslo o en la cintura y, entre los Re<strong>de</strong>ntoristas, <strong>de</strong> <strong>las</strong> nueve hasta<br />

la una <strong>de</strong> la mañana. Para mí era una prueba penosa, aunque al quitármelo sentía<br />

una sensación tan placentera que casi me compensaba <strong>de</strong> los dolores prece<strong>de</strong>ntes.<br />

Durante el almuerzo se practicaban otras humillaciones. Algunos religiosos se<br />

tumbaban en el suelo ante la puerta <strong>de</strong>l comedor para que los <strong>de</strong>más, al entrar,<br />

pasasen sobre ellos. Otros se suspendían una piedra al cuello con los brazos en cruz<br />

o se arrodillaban sobre <strong>las</strong> palmas <strong>de</strong> <strong>las</strong> manos con el rosario entrelazado en los<br />

<strong>de</strong>dos. Esta última penitencia duraba escaso tiempo a no ser que se hiciera en la<br />

propia habitación. Y no faltaba quien tomaba una escudilla y se dirigía a los padres<br />

sentados a la mesa, quienes la llenaban con cucharadas <strong>de</strong> sopa. Era lo que se<br />

llamaba mendigar. Pero la suprema humillación consistía en lamer el suelo con la<br />

lengua. Nosotros la llamábamos y los más ingeniosos trazaban signos<br />

hebreos, escribiendo el nombre <strong>de</strong> Jehová. Cuando todo había terminado, el superior<br />

<strong>Se</strong> Rompieron <strong>las</strong> Ca<strong>de</strong>nas 23 Herman J. Hegger

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