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Se rompieron las cadenas.pdf - Stichting In de Rechte Straat

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Fundatión En la Calle Recta (ECR)<br />

métodos <strong>de</strong> meditación y, al atar<strong>de</strong>cer nos leían consi<strong>de</strong>raciones <strong>de</strong> diferentes<br />

autores sobre la pasión <strong>de</strong> Jesús. Debíamos proponernos luego <strong>las</strong> siguientes<br />

cuestiones: ¿Quién es el que sufre? ¿Por qué sufre? ¿Para qué sufre? Después<br />

teníamos que suscitar en nosotros sentimientos <strong>de</strong> atrición <strong>de</strong> nuestros pecados,<br />

actos <strong>de</strong> fe, <strong>de</strong> esperanza, <strong>de</strong> arrepentimiento, <strong>de</strong> amor y tomar resoluciones que<br />

enmendaran nuestras vidas. Yo respondía rápidamente estas preguntas, y,<br />

enseguida, mi imaginación volaba muy lejos <strong>de</strong> la capilla. <strong>Se</strong> me había enseñado que<br />

mientras yo no consintiera en estas distracciones carecía <strong>de</strong> culpa y que tan pronto<br />

como <strong>las</strong> aceptase incurriría en pecado venial. Con obstinación pues, me esforzaba en<br />

concentrar mi atención en la meditación <strong>de</strong>l tema propuesto, mas aquel pajarillo<br />

inquieto se me escapaba <strong>de</strong> nuevo y volaba a países <strong>de</strong> ensueño.<br />

La meditación duraba media hora y, dos minutos antes <strong>de</strong>l final el lector <strong>de</strong>bía<br />

golpear el banco, para indicar que toda consi<strong>de</strong>ración intelectual <strong>de</strong>bía entonces cesar<br />

y dar paso a los afectos y buenos propósitos. El mismo lector, cuando sólo quedaban<br />

treinta segundos, añadía: . Nos restaba todavía tiempo para rezar, por<br />

estas intenciones, un padrenuestro y un avemaría.<br />

Siempre cuando a mí me tocaba ser lector, sentía una gran angustia al tener que<br />

calcular estos minutos y más <strong>de</strong> una vez se fueron mientras estaba sumido en mis<br />

sueños que rompía el tintineo <strong>de</strong> la campanilla. Llegaba entonces el superior,<br />

mientras se cantaba la Salve, y yo creía que el sonido <strong>de</strong> la campana proclamaba mi<br />

oprobio.<br />

Rompí con esta seca y razonada forma <strong>de</strong> orar, por primera vez, al iniciar mis<br />

estudios <strong>de</strong> teología. Con motivo <strong>de</strong> <strong>las</strong> bodas <strong>de</strong> oro conventuales el P. J., <strong>de</strong>bía<br />

escribir una poesía. Era una magnífica mañana otoñal en el convento <strong>de</strong><br />

Wittenal,(Holanda). Repentinamente, percibí, en aquella <strong>de</strong>clinante naturaleza, algo<br />

<strong>de</strong>l Dios eterno e inmutable. Le vi, en espíritu, como la fuente original <strong>de</strong> todo cuanto<br />

existe y sentí vivamente, en mí mismo, el lazo que unía a Él mi naturaleza creada. El<br />

sentimiento religioso se había <strong>de</strong>spertado en mí.<br />

Me resultaba muy difícil conciliar esta mística natural como mi fe cristiana. La<br />

meditación seguía siendo para mí una verda<strong>de</strong>ra cruz. Mi imaginación divagaba por el<br />

mundo entero y apenas conseguía mantenerla en los estrechos cauces <strong>de</strong> la oratoria.<br />

Las piadosas consi<strong>de</strong>raciones <strong>de</strong> autores católicos me <strong>de</strong>jaban hambriento. Eran<br />

i<strong>de</strong>as humanas y llevaban el cuño <strong>de</strong> una sensibilidad especial. No podían<br />

interesarme largo tiempo.<br />

En 1940 se me ocurrió meditar la Biblia, convencido <strong>de</strong> que encierra la Palabra <strong>de</strong><br />

Dios y no la <strong>de</strong> los hombres. Tuve que pedir la oportuna autorización, no porque<br />

estuviera prohibida su lectura, sino porque la Regla me obligaba a seguir el libro que<br />

leía la comunidad. Usar la Biblia con este fin no estaba permitido y exigía una<br />

concesión especial que me fue concedida.<br />

<strong>Se</strong> produjo entonces en mí un cambio notable. La meditación <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> ser un castigo<br />

para mi espíritu. La sola i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que mis reflexiones versaban sobre la Palabra<br />

infalible <strong>de</strong> pisar un terreno sagrado. En aquellos textos, mi imaginación podía<br />

divagar incansablemente. Experimentaba, a<strong>de</strong>más, un santo temor dominado por el<br />

sentimiento <strong>de</strong> la presencia llameante <strong>de</strong> Dios, y, abatiéndose sobre mí, el amor <strong>de</strong>l<br />

Padre me conmovía profundamente con su Palabra.<br />

<strong>Se</strong> Rompieron <strong>las</strong> Ca<strong>de</strong>nas 29 Herman J. Hegger

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