Se rompieron las cadenas.pdf - Stichting In de Rechte Straat
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Fundatión En la Calle Recta (ECR)<br />
¿Qué es, pues, el cielo que nos espera? La vida eterna en toda su floración. <strong>Se</strong>remos<br />
entonces tan atraídos por la conrtemplación <strong>de</strong> Dios que per<strong>de</strong>remos toda noción <strong>de</strong><br />
tiempo. No existirá, pues, el aburrimiento en el cielo. Dios nos llenará tan<br />
perfectamente que nuestra contemplación será un perpetuo éxtasis.<br />
Y, sin embargo, en el cielo subsistirá el tiempo. La vida celeste no suprimirá nuestra<br />
condición <strong>de</strong> criaturas. Permanecermos hombres. Ahora bien, ser hombre es subsistir<br />
en el tiempo. Quizás la bienaventuranza consistirá en que el tiempo y la eternidad se<br />
reencuentren en nosostros. El fuego <strong>de</strong> la eternidad brillará alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> nuestra<br />
existencia temporal sin po<strong>de</strong>rla consumir. La mente y el corazón serán colmados <strong>de</strong> la<br />
presencia divina y nuestras manos no permanecerán inactivas, pues no existirá<br />
solamente un nuevo cielo sino tambièn una nueva tierra.<br />
En el cielo se comprobará <strong>de</strong> manera <strong>de</strong>finitiva que Dios es amor. Los no creyentes se<br />
ríen a veces <strong>de</strong> nosotros a causa <strong>de</strong> esta <strong>de</strong>finición <strong>de</strong> Juan. Nos citan todos los<br />
<strong>de</strong>sastres y calamida<strong>de</strong>s ocurridos y no tenemos una respuesta <strong>de</strong>finitiva que darles;<br />
ahora subsisten muchos enigmas. Sin embargo nuestro corazón cree, sin<br />
restricciones, en el amor <strong>de</strong> Dios. Y tenemos también conciencia <strong>de</strong> que nosotros,<br />
pobres hombres, somos la causa <strong>de</strong> casi todos los males <strong>de</strong> este mundo.<br />
En realidad, nuestra mayor alegría en el cielo será ver a Dios plenamente glorificado.<br />
Él será verda<strong>de</strong>ramente el centro en el que <strong>de</strong>scansen todos los corazones. Su<br />
nombre será alabado como correspon<strong>de</strong> y su misericordia exaltada. La alabanza <strong>de</strong>l<br />
Dios Trino constituirá en el cielo nuestra única pasión. A veces, en esta tierra,<br />
experimentamos tanto amor por un ser querido, que le ro<strong>de</strong>amos <strong>de</strong> mil atenciones y<br />
sentimos un inmenso placer cuando le vemos plenamente dichoso con los dones que<br />
le hacemos. En el cielo, nuestro corazón casi saltará <strong>de</strong> nuestro cuerpo en su afán <strong>de</strong><br />
ofrecer a Dios una adoración y reconocimiento totales. Y nuestro amor será tan puro<br />
que no mendigaremos una sonrisa <strong>de</strong> Dios, porque le serviremos con <strong>de</strong>finitiva<br />
perfección. No buscaremos entonces ningún interés personal. Dios será para nosotros<br />
el Único y el Todo. No tendremos necesidad <strong>de</strong> implorar una manifestación <strong>de</strong> la<br />
bondad divina, pues el rostro amable, augusto y puro <strong>de</strong> Dios siempre nos dará<br />
plenitud <strong>de</strong> gozo; y siempre podremos leer en él la bondad <strong>de</strong> Dios para con sus hijos<br />
a causa <strong>de</strong> su Hijo, <strong>de</strong>l inmenso amor <strong>de</strong> su Hijo, que nos ha rescatado con su<br />
Sangre.<br />
Por esta re<strong>de</strong>nción contempla nuestro espíritu, en perspectiva, el retorno <strong>de</strong> Cristo.<br />
Desfallecemos <strong>de</strong> gozo pensando en la gloria que nos espera en ese día. Y, sin<br />
embargo, si rogamos para que Cristo retorne, <strong>de</strong>bemos hacerlo ante todo, para que<br />
nuestros <strong>Se</strong>ñor y Rey sea entonces glorificado <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> todos los pueblos y <strong>de</strong> todos<br />
los tiempos: .<br />
Esta espera <strong>de</strong> la victoria final, esta visión anticipada <strong>de</strong> la Pascua eterna, a la que<br />
estamos invitados, ilumina ya el horizonte <strong>de</strong> nuestra alma. Sabemos, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ahora,<br />
que la noche <strong>de</strong> la muerte no significa la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong>l sol <strong>de</strong> la vida. Sabemos que<br />
seremos transplantados a través <strong>de</strong> esta noche a un Oriente <strong>de</strong> eterna gloria, don<strong>de</strong><br />
Jesús es la estrella <strong>de</strong> la mañana y Dios el verda<strong>de</strong>ro sol.<br />
¡Qué magnífica es la conclusión <strong>de</strong>l Apocalipsis! <strong>Se</strong> escucha en ella la llamada <strong>de</strong>l<br />
Esposo celeste a su Esposa en la tierra, la Iglesia. Él se esfuerza en <strong>de</strong>spertar en ella<br />
la nostalgia <strong>de</strong> su venida. Le habla <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>r: . Le promete que la unión celestial no será<br />
<strong>Se</strong> Rompieron <strong>las</strong> Ca<strong>de</strong>nas 86 Herman J. Hegger