15.05.2013 Views

Se rompieron las cadenas.pdf - Stichting In de Rechte Straat

Se rompieron las cadenas.pdf - Stichting In de Rechte Straat

Se rompieron las cadenas.pdf - Stichting In de Rechte Straat

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Fundatión En la Calle Recta (ECR)<br />

mis pasos a voluntad pero, sin mi vieja sotana, no me sentía protegido contra <strong>las</strong><br />

miradas indiscretas. Con timi<strong>de</strong>z miraba a los transeuntes. Noté rápidamente que<br />

ellos no concedían importancia alguna a mi persona.<br />

Me agradó ver que no <strong>de</strong>sertaba ninguna atención. Antes era un hombre <strong>de</strong> otro<br />

mundo, un clérigo; mi uniforme me distinguía. Estaba elevado sobre los <strong>de</strong>más<br />

hombres. Me acordé entonces <strong>de</strong> la Sinfonía <strong>de</strong> Beethoven: ¡Todos los hombres serán<br />

hermanos! <strong>Se</strong>ntí en aquel momento un gran afecto por todos los hombres, porque me<br />

había convertido en uno <strong>de</strong> ellos. Compartiría, en a<strong>de</strong>lante, <strong>las</strong> alegrías y <strong>las</strong> tristezas<br />

comunes.<br />

Existen sentimientos que es preciso haberlos vivido para po<strong>de</strong>r compren<strong>de</strong>rlos. Así,<br />

difícilmente puedo expresar la alegría que me produjo cada partícula <strong>de</strong> libertad<br />

conquistada por el hecho <strong>de</strong> <strong>de</strong>poner mi sotana. <strong>Se</strong>manas más tar<strong>de</strong>, cuando<br />

caminaba por <strong>las</strong> calles <strong>de</strong> Sao Paulo a <strong>las</strong> 10 <strong>de</strong> la noche, pensaba: No se olvi<strong>de</strong> que <strong>de</strong>bíamos estar siempre<br />

en el convento antes <strong>de</strong> <strong>las</strong> 8 <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>.<br />

Ciudadanos <strong>de</strong> países sojuzgados hemos vivido <strong>las</strong> horas <strong>de</strong> la Liberación en la última<br />

guerra mundial. Fueron horas maravillosas. Pues bien, liberarse <strong>de</strong> la vida conventual<br />

es todavía más gran<strong>de</strong> y más profundo. En el convento se está siempre ligado por<br />

reg<strong>las</strong> minuciosas y bajo la vigilancia <strong>de</strong> un superior que pue<strong>de</strong> imponer su autoridad<br />

mediante sanciones variadas y severas. <strong>Se</strong> está segregado <strong>de</strong>l mundo exterior. Los<br />

religiosos pue<strong>de</strong>n visitar gente <strong>de</strong> afuera, pero son extraños a ella. Llevan, por<br />

doquier, el halo <strong>de</strong> su celda.<br />

Me convertí en um hombre libre, libre. Tenía la impresión <strong>de</strong> caminar hacia la libertad<br />

<strong>de</strong> los hijos <strong>de</strong> Dios. Dios no es un carcelero, un guardián <strong>de</strong> prisión, sino el Padre <strong>de</strong><br />

los hijos libres.<br />

El Pastor Adriel me había invitado a pasar unos días, los que quisiera, en su casa <strong>de</strong><br />

Río <strong>de</strong> Janeiro. Partí, pues, hacia Río aquella misma tar<strong>de</strong>. Nocetti me había reservado<br />

una cama en el tren y me había advertido que tuviera cuidado con mi dinero,<br />

recomendándome que pusiera mi portamonedas bajo la almohada.<br />

Comprendí, <strong>de</strong> golpe, que me faltaba para siempre la segura protección <strong>de</strong> la<br />

clausura. Tenía que vivir en medio <strong>de</strong>l mundo con sus astucias y sus mentiras.<br />

Comenzaba mi lucha por la existencia. Debía <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rme yo mismo para no ser<br />

víctima <strong>de</strong> <strong>las</strong> pasiones egoístas que mueven frecuentemente al hombre.<br />

En el convento se nos había hablado <strong>de</strong>l mundo como <strong>de</strong> un lugar don<strong>de</strong> se vive<br />

expuesto a todos los peligros. Me veía, pues, como el viajero solitario <strong>de</strong> la parábola<br />

<strong>de</strong>l Buen Samaritano, <strong>de</strong>scendiendo <strong>de</strong> Jerusalén a Jericó. Miraba con temor a mis<br />

compañeros <strong>de</strong> <strong>de</strong>partamento viendo en cada uno <strong>de</strong> ellos un disimulado <strong>de</strong>lincuente.<br />

Pero, en seguida volvió en mí el sentimiento <strong>de</strong> mi libertad. Nadie me conocía. No era<br />

sino un individuo anónimo entre los <strong>de</strong>más. Recobré la calma y <strong>de</strong>saparecieron todas<br />

mis inquietu<strong>de</strong>s para dar paso a íntimas reflexiones.<br />

El tren corría rápido a lo largo <strong>de</strong> la Sierra <strong>de</strong> Manteiga. Durante el viaje, entre<br />

aquel<strong>las</strong> dos inmensas ciuda<strong>de</strong>s, perdido en un vagón <strong>de</strong> tren, en el espacio,<br />

<strong>de</strong>sapercibido, recapitulé los sucesos <strong>de</strong>l día. Sus pruebas y combates habían<br />

terminado. Contemplaba mi traje y mi camisa y me era un placer verlos. Los <strong>de</strong>más<br />

viajeros no podían sospechar lo agradable que me resultaba tener ropas semejantes a<br />

<strong>Se</strong> Rompieron <strong>las</strong> Ca<strong>de</strong>nas 81 Herman J. Hegger

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!