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con el muro! El cordel se deslizó como una culebra en mis manos. Pero<br />
la esfera se detuvo en el aire, enderezó la púa y cayó, lentamente. Cayó entre<br />
piedras ásperas, y empezó a escarbar.<br />
— ¡Sube, winkul —gritó Antero.<br />
El trompo apoyó la púa en un andén de la piedra más grande, sobre<br />
un milímetro de espacio; se balanceó, girando, templándose, con el pico<br />
clavado. La piedra era redonda y no rozaba en ella la púa.<br />
—No va a la montaña ahora, sino arriba —exclamó Antero—. ¡Derechito<br />
al sol! Ahora la cascada, winko. ¡Cascada arriba!<br />
El zumbayllu se detuvo, como si fuera un brote de la piedra, un hongo<br />
móvil sobre la superficie del canto rodado. Y cambió de voz.<br />
—¿Oyen —dijo Antero—. ¡Sube al cielo, sube al cielo! ¡Con el sol se<br />
va a mezclar...! ¡Canta el pisonay! ¡Canta el pisonay! —exclamaba.<br />
Es que las flores del pisonay crecen en el sol mejor que en la tierra, según<br />
los indios del Pachachaca. Cuando empezó a bajar el tono del zumbido,<br />
Antero levantó el trompo.<br />
—¿Qué dice ahora, Hermano —preguntó Antero.<br />
—Digo que eres un diablillo o diablote. ¿Cómo puedes modelar este<br />
juguete que cambia así de voz<br />
—No, Hermano; no soy yo, es el material.<br />
—Bueno. Yo saco la red y entretengo a los internos. Ustedes sigan.<br />
Cuando se fue el Hermano Miguel, Antero me miró fijamente.<br />
—Este es mezcla de ángel con brujos —me dijo—. Layk'a por su fuego<br />
y winku por su forma, diablos; pero Salvinia también está en él. Yo he cantado<br />
su nombre mientras clavaba la púa y quemaba los ojos del zumbayllu.<br />
— ¡Soy de palabra! —exclamó cuando comprendió que quizá reclamaría—.<br />
Es tuyo, hermano. ¡Guárdalo! Lo haremos llorar en el campo, o sobre<br />
alguna piedra grande del río. Cantará mejor todavía.<br />
Lo guardé en el bolsillo. Sentía temor de que allí, en el empedrado, chocara<br />
contra las piedras y se rompiera la púa. Lo examiné despacio con los<br />
dedos. Era de verdad winku, es decir, deforme, sin dejar de ser redondo; y<br />
layk'a, es decir, brujo, porque rojizo en manchas difusas. Por eso cambiaba<br />
de voz y de colores, como si estuviera hecho de agua. La púa era de naranjo.<br />
—Si lo hago bailar, y soplo su canto hacia la dirección de Chalhuanca,<br />
¿llegaría hasta los oídos de mi padre —pregunté al "Markask'a".<br />
— ¡Llega, hermano! Para él no hay distancias. Enantes subió al sol. Es<br />
mentira que en el sol florezca el pisonay. ¡Creencias de los indios! El sol<br />
es un astro candente, ¿no es cierto ¿Qué flor puede haber Pero el canto<br />
no se quema ni se hiela. ¡Un layk'a winku con púa de naranjo, bien encordelado!<br />
Tú le hablas primero en uno de sus ojos, le das tu encargo, le orientas<br />
al camino, y después, cuando está cantando, soplas despacio hacia la<br />
dirección que quieres; y sigues dándole tu encargo. Y el zumbayllu canta<br />
al oído de quien te espera. ¡Haz la prueha, ahora, al instante!<br />
—¿Yo mismo tengo que hacerlo bailar ¿Yo mismo<br />
—Sí. El que quiere dar el encargo.<br />
—¿Aquí, en el empedrado<br />
—¿Ya no lo viste No lo engañes, no lo desanimes.