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Leer-Los-ríos-profundos

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—Usted es el amigo de Gerardo, hijo del Comandante —me contestó—.<br />

Tengo encargo de protegerlo.<br />

—¿El le pidió<br />

—Sí. Es un gran muchacho. Nos retiraremos a medida que los indios<br />

avanzan. Usted váyase, suba despacio. ¿A qué ha venido<br />

—¿Usted es amigo de Gerardo —le pregunté.<br />

—Ya le dije. ¡Es un gran muchacho!<br />

—Déjeme ir, entonces, con usted.<br />

—El pregonero debe haber leído ya el bando en que se ordena que todos<br />

cierren la puerta de sus casas en Abancay. Pero usted puede entrar al Colegio.<br />

—Yo voy con ellos, Sargento. Voy a rezar con ellos.<br />

—¿Por qué ¿Por qué, usted<br />

—Míreme —le dije—. Gerardo no es como yo, ni Antero, el amigo de<br />

Gerardo. Me criaron los indios; otros, más hombres que éstos, que los<br />

"colonos".<br />

—¿Más hombres, dice usted Para algo será, no para desafiar a la muerte.<br />

Ahí vienen; ni el río ni las balas los han atajado. Llegarán a Abancay.<br />

—Sí, Sargento. Usted va abriendo camino, retrocediendo. Mejor yo vuelvo,<br />

entonces. Le avisaré al Padre.<br />

—Dígale que los haré llegar cerca de la media noche. Enviaré un guardia<br />

cuando estemos a un kilómetro.<br />

Me apretó las manos. Estaba sorprendido, casi aturdido.<br />

Regresé, cantando, mientras la luz del sol desaparecía.<br />

Ya cerca a la reja de la casa-hacienda, de noche, entoné en voz alta un<br />

canto de desafío, un carnaval de Pampachiri que es un pueblo frío, el último<br />

del Apurímac, por el sudoeste.<br />

Recorrí en triunfo la carretera que va de la hacienda a la ciudad. Aplastaba<br />

las flores de los pisonayes en el suelo; aun en la noche, los rojos mantos<br />

de esas flores aparecían, clareaban.<br />

Cuando llegué al Colegio, el Padre Director me dijo "loco" y "vagabundo",<br />

entre colérico y burlón. Era tarde; ya los Padres habían cenado. Me<br />

amenazó con encerrarme de nuevo. Pero se enfrió al saber, por mí, que los<br />

indios avanzaban, que el Sargento trataba de regular la marcha para hacerlos<br />

llegar a media noche.<br />

—¿Tú los has visto ¿Tú mismo —me preguntó anhelante.<br />

Comprendí que hasta ese momento había alentado la esperanza de que<br />

los colonos retrocederían ante los disparos de los guardias.<br />

—¿Viste si tenían ametralladoras los guardias<br />

—No. Creo que no —le dije.<br />

—Sí —me contestó con brusquedad—. Las tendrían escondidas detrás<br />

de algún matorral.<br />

—No han disparado contra ellos, Padre —le dije—. No me han dicho<br />

que mataron.<br />

—La sangre...<br />

No concluyó la frase. Pero yo la había presentido.<br />

—Cuando avanzan tantos, tantos... ¡No los asusta! —dije.

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