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Leer-Los-ríos-profundos

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—Pero ella también puede matar. ¡Quizá yo iría! ¡Quizá yo traería los<br />

fusiles!<br />

—¿Tú ¿Por qué<br />

Se me acercó mucho. En esa luz opaca, sus ojos y su rostro resaltaban,<br />

sus pómulos, su cabellera blanca.<br />

—¿Por qué, tú<br />

Parecía más alto. Su vestidura blanca centelleaba, como si reflejara la<br />

gran impaciencia que lo aturdía; su pecho se fatigaba, casi sobre mis ojos.<br />

—Yo, Padre, la he conocido... Yo le puedo pedir las armas... Le puedo<br />

decir...<br />

—¿Qué, hijo Tú la has seguido como un perro. ¡Ven; sube!<br />

Escaló las gradas, ágilmente. No había nadie ya en el patio.<br />

— ¡Con el Hermano Miguel puedo ir! —le dije en voz alta, acercándome<br />

a él, en el corredor del segundo piso.<br />

—¿Sabes Si tu padre estuviera todavía en Chalhuanca, yo te despacharía<br />

mañana; pero ya llegó a Coracora, a cien leguas de aquí.<br />

— ¡Yo puedo irme! —le dije—. ¡Yo puedo irme, Padrecito! ¡Cien leguas!<br />

Yo sé andar por las cordilleras. Despáchame, Padre. ¡Despáchame!<br />

¿Qué son cien leguas para mí ¡La gloria!<br />

—Ya sé, por los cielos, que necesitas mi protección. Pero, ¿por qué andas<br />

tras los cholos y los indios No le harán nada a la Felipa. ¡No le harán<br />

nada! Yo iré. Yo le mandaré decir, hijo, que entregue los rifles.<br />

— ¡Con el Hermano Miguel iré! —le dije, acercándome más a él.<br />

Me llevó al salón de recibo. Se parecía al del Viejo. Una alfombra roja<br />

cubría casi todo el piso. Había un piano; muebles altos, tapizados. Me sentí<br />

repentinamente humillado, ahí dentro. Dos grandes espejos con marcos dorados<br />

brillaban en la pared. La luz profunda de esos espejos me ha arrebatado<br />

siempre, como si por ellos pudiera verse más allá del mundo. En los<br />

templos del Cuzco hay colgados, muchos, en lo alto de las columnas, inalcanzables.<br />

El Padre me acarició la cabeza. Hizo que me sentara en un sillón forrado<br />

de seda.<br />

—No importa que tu padre se haya ido tan lejos; estás conmigo —dijo.<br />

—¿Por qué no me anunciaría su viaje a Coracora, mi padre Conoceré<br />

otro pueblo. Iré lejos. ¿Usted defenderá a doña Felipa —le pregunté.<br />

—No, hijo. Ya te he dicho que es culpable. Le mandaré decir que fugue...<br />

Intercederé, de algún modo, a su favor.<br />

—Y después me iré. Usted me soltará. Preguntando de pueblo en pueblo<br />

llegaré hasta donde está mi padre. ¡Como un ángel lloraré, cuando, de repente,<br />

me aparezca en su delante! ¿Está muy lejos del Pachachaca ese pueblo<br />

¿Muy lejos, muy a un lado de su corriente<br />

—Muy lejos.<br />

— ¡El canto del winko se ha perdido entonces! —exclamé—. ¡Y ahora<br />

ya no sirve! Lo bendijo el Hermano.<br />

El Padre me miró detenidamente.<br />

—¿Estás resuelto a desobedecer a tu padre y a mí El quiere que estudies.<br />

¿De qué hablas

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