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Leer-Los-ríos-profundos

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Mientras preguntaba al pampachirino, se me enfriaba la sangre; sentí<br />

hielo en ese salón caldeado.<br />

—Sí. Las familias se reúnen. Le sacan al cadáver los piojos de la cabeza<br />

y de toda su ropa; y con los dientes, hermano, los chancan. No se los<br />

comen.<br />

—Tú dijiste que se los comían.<br />

—<strong>Los</strong> muerden, antes. La cabeza les muelen. No sé si los comen. Dicen<br />

ellos "usa waykuy". Es contra la peste. Repugnan del piojo, pero es contra<br />

la muerte que hacen eso.<br />

—¿Saben, hermano, que el piojo lleva la fiebre<br />

—No saben. ¿Llevan la fiebre Pero el muerto, quién sabe por qué, se<br />

hierve de piojos, y dice que Dios, en tiempo de peste, les pone alas a los<br />

piojos. ¡Les pone alas, hermanito! Chicas dice que son las alas, como para<br />

llegar de un hombre a otro, de una criatura a su padre o de su padre a una<br />

criatura.<br />

— ¡Será el demonio! —dije.<br />

— ¡No! ¡Dios; Dios sólo manda la muerte! El demonio tiene rabo;<br />

la muerte es más grande que él. Con el rabo nos tienta, a los de sangre<br />

caliente.<br />

—¿Tú le has visto las alas al piojo enfermo<br />

— ¡Nadie, nadie, hermanito! Más que el vidrio dicen que es transparente.<br />

Y cuando el piojo se levanta volando, las alas, dice, mueve, y no lo<br />

ven. ¡Recemos, hermanitos!<br />

— ¡En silencio! —gritó Valle—. ¡En silencio! —repitió, suplicando.<br />

—Como en la iglesia, mejor, en coro —dijo, arrodillándose, el "Peluca".<br />

— ¡Cállense! Parecen gallinas cluecas —dijo Romero con voz firme—.<br />

Por la opa no más tanta tembladera. No hay peste en ningún sitio. Las chicheras<br />

se defienden o se vengan con la boca. ¡Ojalá las zurren de nuevo!<br />

Ya nadie habló. Romero debió tranquilizar a muchos. El "Peluca" se<br />

acostó. Se durmieron todos. Algunos gemían en el sueño. Yo escuché durante<br />

la noche la respiración de los internos. Pasaron grupos de gentes por la<br />

calle. Oí, tres veces, pronunciar la palabra peste. No entendí lo que decían,<br />

pero la palabra llegó clara, bien dirigida. Algunos internos despertaron a<br />

media noche; se sentaban y volvían a recostarse. Parecían sentir calor, pero<br />

en mi cama seguía el frío.<br />

Yo esperé el amanecer, sin moverme. Hubo un instante en que me sacudí,<br />

porque creí que me había pasado, de tanto contener mi cuerpo. No me<br />

fiaba de los gallos. Cantan toda la noche; se equivocan; si alguno, por alterado,<br />

o por enfermo, canta, le siguen muchos, arrastrados por el primer llamado.<br />

Esperé a las aves; a los juskucha pesk'os que habitaban en el tejado.<br />

Uno vivía dentro del dormitorio, en el techo sin cielorraso. Salía a la madrugada;<br />

brincaba de tijera a tijera, sacudiendo las pequeñas alas, casi como<br />

las de un picaflor, y volaba por la ventana que dejaban abierta para que<br />

entrara aire.<br />

El ruiseñor se levantó al fin. Bajó a un tirante de madera y saltó allí<br />

muchas veces, dándose vueltas completas. Es del color de la ardilla e inquieto<br />

como ella. Nunca lo vi detenerse a contemplar el campo o el cielo.

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