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Leer-Los-ríos-profundos

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—La retreta es a las seis, él saldrá después del rancho. Mejor espero;<br />

anda tú al Colegio. Ruégale al Padrecito de mí; dile que estoy esperando<br />

a mi paisano. Corre, mejor.<br />

—¿Y si no lo sueltan<br />

—Rogaré en la puerta, ¡seguro! Le rogaré al Sargento —me dijo, comprendiendo<br />

que yo dudaba.<br />

Lo dejé al borde del ancho camino de tierra que llegaba al cuartel. <strong>Los</strong><br />

chicos del pueblo y algunos mestizos pasaban aún, del cuartel hacia el centro<br />

de la ciudad; otros subían a los case<strong>ríos</strong> por los caminos de a pie que serpenteaban<br />

en la gran montaña, perdiéndose por trechos, entre la maleza y<br />

los árboles.<br />

"Hablarán a solas de su pueblo, como yo lo haría si entre los músicos<br />

hubiera encontrado a un comunero de mi aldea nativa. ¡Un hijo de Kokchi<br />

o de Felipe Maywa! —iba pensando yo, de regreso al colegio, obsesionado<br />

con la idea de ese descubrimiento y encuentro tan repentino del indio de<br />

K'ak'epa y Palacios—. Preguntará el Prudencio por todos sus parientes, por<br />

las muchachas casaderas, por los mozos, por los viejos y abuelas, por los<br />

músicos de su aldea; algún arpista, algún famoso tocador de quena, de mandolina,<br />

o de quirquincho; preguntará por los maestros que los fabrican; por<br />

los tejedores y tejedoras. ¿Qué moza hizo el poncho o el chumpi más celebrado<br />

¿Para quién lo hizo Reirían. El Prudencio haría chistes sobre tal o<br />

cual personaje; acaso un tuerto cascarrabias, algún vecino avaro, o el propio<br />

cura, y las beatas; o algún burro rengo pero servicial que al trotar balanceara<br />

en el aire a su dueño. Si fuera una muchacha quien lo montaba, ¡festejarían<br />

las historias con más estruendo! Palacitos se retorcería de risa. El<br />

clarinetero preguntaría también por los animales famosos de la aldea; quizá<br />

una yunta de bueyes aradores poderosos, codiciados, que por fortuna, algún<br />

pequeño propietario poseía; las vacas madres, adoradas por sus dueños; y<br />

los perros, los gallos; los perros, especialmente. Esa región, la oriunda de<br />

Palacitos, es de pumas y zorros; algún perro habría, valiente y fuerte, que<br />

por haber destrozado zorros o recibido grandes heridas persiguiendo a los<br />

pumas, sería famoso y festejado en el pueblo. Después, Palacitos fatigaría<br />

al maestro preguntándole por su vida de soldado. ¿Cómo llegó a aprender<br />

a tocar ese instrumento que sólo en los pueblos grandes existe ¿Cómo,<br />

cómo pudo ¿Qué era un coronel Quizá había visto a un general. Y él, el<br />

Prudencio, ¿manejaba ametralladoras ¿Cómo era esa arma, a qué distancia<br />

llegaban sus balas ¿Y era verdad que un disparo de cañón podía abrir<br />

una bocamina, destripar toda una manada de bueyes y decapitar un millón<br />

de hombres puestos en fila ¿Que la sangre de ese miÚón de hombres podía<br />

correr y salpicar, y formar espuma como un río ¿Y que un general o un<br />

capitán estaban tan bien templados que podían brindarse aguardiente a la<br />

orilla de <strong>ríos</strong> de sangre ¿Y que un sargento no alcanzaba nunca ese temple,<br />

aunque en las guerras se enfurecían más que los coroneles y destripaban<br />

a los cristianos con los cuchillos que llevaban en los desfiles a la punta de<br />

los máuseres "Dicen que como un perro, en la guerra, los soldados, por la<br />

rabia, hasta lamen la sangre; que se levantan después, como un degollador,<br />

manchados hasta la quijada, hasta el pecho, con la sangre, y avanzan gritando;

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