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Leer-Los-ríos-profundos

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En las noches, algunos internos tocaban armónica en los corredores del<br />

primer patio; otros preferían esconderse en el patio de recreo, para fumar<br />

y contar historias de mujeres. El primer patio era empedrado. A la derecha<br />

del portón de entrada estaba el edificio; a la izquierda sólo había una alta<br />

pared desnuda y húmeda. Junto a esa pared había un gran caño de agua<br />

con un depósito cuadrangular de cal y canto, muy pequeño. Viejos pilares<br />

de madera sostenían el corredor del segundo piso y orillaban el patio. Tres<br />

focos débiles alumbraban el corredor bajo; el patio quedaba casi en la sombra.<br />

A esa hora, algunos sapos llegaban hasta la pila y se bañaban en la pequeña<br />

fuente o croaban flotando en las orillas. Durante el día se escondían<br />

en las yerbas que crecían junto al chorro.<br />

Muchas veces, tres o cuatro alumnos tocaban huaynos en competencia.<br />

Se reunía un buen público de internos para escucharlos y hacer de juez. En<br />

cierta ocasión cada competidor tocó más de cincuenta huaynos. A estos tocadores<br />

de armónica les gustaba que yo cantara. Unos repetían la melodía;<br />

los otros "el acompañamiento", en las notas más graves; balanceaban el cuerpo,<br />

se agachaban y levantaban con gran entusiasmo, marcando el compás.<br />

Pero nadie tocaba mejor que Romero, el alto y aindiado rondinista de Andahuaylas.<br />

El patio interior de recreo era de tierra. Un pasadizo largo y sin pavimento<br />

comunicaba el primer patio con este campo. A la derecha del pasadizo<br />

estaba el comedor, cerca del primer patio; al fondo, a un extremo del campo<br />

de juego, tras de una pared vieja de madera, varios cajones huecos, clavados<br />

sobre un canal de agua, servían de excusados. El canal salía de un pequeño<br />

estanque.<br />

Durante el día más de cien alumnos jugaban en ese pequeño campo polvoriento.<br />

Algunos de los juegos eran brutales; los elegían los grandes y los<br />

fuertes para golpearse, o para ensangrentar y hacer llorar a los pequeños y a<br />

los débiles. Sin embargo, muchos de los alumnos pequeños y débiles preferían,<br />

extrañamente, esos rudos juegos; aunque durante varios días se quejaban y<br />

caminaban cojeando, pálidos y humillados.<br />

Durante las noches, el campo de juego quedaba en la oscuridad. El único<br />

foco de luz era el que alumbraba la puerta del comedor, a diez metros del<br />

campo.<br />

Ciertas noches iba a ese patio, caminando despacio, una mujer demente,<br />

que servía de ayudante en la cocina. Había sido recogida en un pueblo próximo<br />

por uno de los Padres.<br />

No era india; tenía los cabellos claros y su rostro era blanco, aunque<br />

estaba cubierto de inmundicia. Era baja y gorda. Algunas mañanas la encontraron<br />

saliendo de la alcoba del Padre que la trajo al Colegio. De noche,<br />

cuando iban al campo de recreo, caminaba rozando las paredes, silenciosamente.<br />

La descubrían ya muy cerca de la pared de madera de los excusados, o<br />

cuando empujaba una de las puertas. Causaba desconcierto y terror. <strong>Los</strong> alumnos<br />

grandes se golpeaban para llegar primero junto a ella, o hacían guardia<br />

cerca de los excusados, formando una corta fila. <strong>Los</strong> menores y los pequeños<br />

nos quedábamos detenidos junto a las paredes más próximas, temblando<br />

de ansiedad, sin decirnos una palabra, mirando el tumulto o la rígida espera de

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