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Leer-Los-ríos-profundos

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Le mostré el winku rojizo.<br />

— ¡Un winkul —exclamó.<br />

— ¡Y layk'al —le contesté.<br />

—¿Lo has hecho bailar —preguntó.<br />

—Baila más que un tankayllu. Como un mundo baila; según Antero, su<br />

canto sube hasta el sol. ¿Lo hacemos bailar, "Añuco" ¿Lo defendemos si<br />

alguien lo quiere pisar<br />

—¿Quién lo va a querer pisar ¿Quién —dijo.<br />

— ¡Vamos, entonces! ¡Vamos, hermano! ¡Recuerda que es layk'al<br />

Lo arrastré un poco. Después se echó a correr. Palacitos daba cabriolas<br />

en el campo.<br />

Empecé a encordelar el trompo. Se acercaron casi todos adonde yo estaba.<br />

— ¡Un winko\ —dijo Romero. Lo contempló más, y gritó:<br />

— ¡Layk'a, por Diosito, layk'al ¡No lo tires!<br />

Palacitos pudo llegar a mirar el trompo.<br />

—¿Quién dice layk'a ¿Lo tenía en la capilla, cuando el Hermano nos<br />

echó la bendición<br />

—Sí —le contesté.<br />

— ¡Ya no es brujo, entonces! ¡Ya está bendito! ¡Hazlo bailar, forastero!<br />

—exclamó Palacitos con energía.<br />

Sentí pena.<br />

—¿Ya no es layk'a —le pregunté al "Añuco".<br />

Me miró, reflexionando.<br />

—Siempre ha de haber algo. ¡Tíralo!<br />

Lo arrojé con furia. El trompo bajó girando casi en línea recta. Cantaba<br />

por sus ojos, como si de los huecos negros un insecto extraño, nunca visto,<br />

silbara, picara en algún nervio profundo de nuestro pecho.<br />

— ¡Lo ha hecho el "Candela"! —exclamó el "Chipro"—. ¡Seguro!<br />

—¿Me lo regalas —me preguntó, angustiado el "Añuco"—. ¿Me lo<br />

regalas<br />

—Hazlo bailar, "Añuco" —le dije.<br />

Lo encordeló con cuidado, pasando cada vuelta junto a la otra, empujando<br />

con la uña los círculos del cordel para apretarlos. No me miró antes<br />

de arrojar el trompo.<br />

Lo hizo bailar diestramente. Giró el zumbayllu sobre el polvo, cantando<br />

como si lo oyéramos en medio del sueño; se detuvo, como paralizado, girando<br />

invisiblemente.<br />

— ¡Duerme! —dijo el pampachirino.<br />

Luego se revolvió, escarbó el suelo con la púa.<br />

— \Layk'a, no layk'a, layk'a, no layk'a, layk'a, no layk'a...! ¡No layk'al<br />

¡Bendito! —gritó Palacitos, levantado el trompo, cuando cesó de bailar y<br />

cayó estirado en la tierra suelta.<br />

—Algo ha de tener —afirmó Romero—. ¡Algo ha de tener!<br />

—Es tuyo, "Añuco" —le dije alegremente.<br />

—¿De veras<br />

— ¡Qué zumbayllu tienes! —le repetí, entregándole el pequeño trom-

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