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Leer-Los-ríos-profundos

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La luna menguante alumbraba el patio. Dos caballos ensillados esperaban<br />

al pie de la escalera. Un hombre los tenía de la brida. Una muía cargada<br />

pateaba en el empedrado, cerca de la fuente. La alcoba del Padre Augusto<br />

estaba abierta. Salió de allí el Hermano, y la luna iluminó su hábito blanco;<br />

el sombrero afelpado le daba sombra a la cara. Nosotros estábamos descalzos.<br />

Salió después el "Añuco". Nunca lo vi tan pequeño, en esa luz y en el<br />

silencio. La cumbre de los tejados se veía muy claramente; la luna formaba<br />

un halo en la cima de las casas. La sombra de las paredes, de las cruces de<br />

techo, de las yerbas que crecían en los tejados, parecía más negra, como lúgubre<br />

y más triste que todas las cosas nocturnas. El Hermano y el "Añuco"<br />

caminaban muy despacio. Nos vieron y no hablaron. Yo me acerqué primero<br />

a la escalera. Al Hermano le dio la luna en el rostro; me tocó la cabeza con<br />

las manos y me besó; se inclinó ante Palacitos y lo besó en la frente. Cuando<br />

llegó el "Añuco" y la claridad de la luna iluminó sus ojos hundidos, no pude<br />

contener el llanto. Pero él estaba resuelto a no llorar. "Adiós", me dijo, y<br />

me dio la mano. Su rostro se había alargado; llevaba una camisa blanca, almidonada,<br />

que brillaba. "Me voy, me estoy yendo", dijo. Y como yo no me<br />

movía, le alcanzó la mano a Palacitos. "Te dejo mis 'daños' ", le dijo. "No<br />

dejes que te los quiten; el Padre Augusto te los va a entregar." Me hice a<br />

un lado. Palacitos lo abrazó. "Nadie los verá, sólo los de mi pueblo" dijo.<br />

No lloraba. Su júbilo por el obsequio lo desconcertó. Bajó las gradas el<br />

"Añuco". La luna le bañaba. Montaron. El Hermano partió primero. El "Añuco"<br />

se volvió hacia nosotros a la entrada de la bóveda; sofrenó al caballo y<br />

nos hizo una señal de adiós con el brazo. No sólo parecía muy pequeño sobre<br />

el caballo, sino delgado, frágil, próximo quizá a morir.<br />

El patio quedó vacío. Palacitos me abrazó, y se echó a llorar a torrentes.<br />

— ¡Hermanito, hermanito, papacito! —clamaba.<br />

La noche lo agarró; la noche, que con esa despedida se hizo más insondable,<br />

sin aire, noche en que la vida parecía correr el riesgo de esfumarse.<br />

El "Chipro", el "Iño" y Chauca salieron de la oscuridad donde estuvieron<br />

esperando.<br />

Llevamos a Palacitos entre todos, cargándolo suavemente.<br />

— ¡No despierten a Valle! —pedía—. ¡Hay que respetarlo! ¡Hay que<br />

quererlo!<br />

— ¡No lo despertemos! Que nadie ya pele —le dije al "Chipro".<br />

El "Chipro" asintió con la cabeza.<br />

—Ya no —dijo.<br />

Escuchamos aún durante un rato, por las ventanas, el trotar de los caballos<br />

en el empedrado de la calle. Nos acostamos y dormimos fuerte.<br />

Valle miró al "Chipro" en la mañana.<br />

—No me despertaste —le dijo.<br />

—Lo aplazamos, ¿quieres Primero la retreta, las muchachas; para las<br />

trompadas hay tiempo. El regimiento puede irse.<br />

Valle no contestó. Seguía interrogando con los ojos.<br />

— ¡Dispénsame, Valle! —le dijo el "Chipro"—. No es por miedo. Se<br />

fue el Hermano; no quiero pelear más.

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