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Leer-Los-ríos-profundos

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que arrancada esa planta, echadas al agua sus raíces y la tierra que la alimentaba,<br />

quemadas sus flores, el único testigo vivo de la brutalidad humana que<br />

la opa desencadenó, por orden de Dios, había desaparecido. Ya ella no vendría,<br />

inútilmente, a pretender matar esa yerba con sus manos de fantasma,<br />

que nada pueden contra la causa de las maldiciones o pecados de esta vida.<br />

Miré el ramo en su puerta, feliz, casi como un héroe; saqué las libras de<br />

oro de mi bolsillo. ¡Mi salida de Abancay estaba asegurada! Yo también,<br />

como ella en el cielo, me sentí libre de toda culpa, de toda preocupación de<br />

conciencia.<br />

Salí corriendo al patio. <strong>Los</strong> hombres de la cocina me siguieron. Deseaba<br />

ver el pueblo, ir a Patibamba y bajar al Pachachaca. Quizá en el camino<br />

encontraría a la fiebre, subiendo la cuesta. Vendría disfrazada de vieja, a pie<br />

o a caballo. Ya yo lo sabía. Estaba en disposición de acabar con ella. La<br />

bajaría del caballo lanzándole una piedra en la que hubiera escupido en<br />

cruz; y si venía a pie, la agarraría por la manta larga que lleva flotante al<br />

viento. Rezando el Yayayku, 1 apretaría su garganta de gusano y la tumbaría,<br />

sin soltarla. Rezando siempre, la arrastraría hasta el puente; la lanzaría después,<br />

desde la cruz, a la corriente del Pachachaca. El espíritu purificado de<br />

doña Marcelina me auxiliaría.<br />

Corrí hasta la puerta del camino de Patibamba. Tres guardias con fusiles<br />

cerraban la entrada.<br />

—Nadie pasa —me dijo uno de ellos.<br />

—¿Por qué, señor —le pregunté—. Yo voy por mandato hasta el<br />

puente.<br />

—¿Por mandato ¿De quién<br />

No me iba a comprender. Desconfié.<br />

—Déjeme pasar. El camino es libre —le dije.<br />

—¿No ves que la ciudad está en alarma Hay peligro.<br />

—¿Ya llegó la fiebre<br />

—Llegará por miles. ¡Ya, muchacho! Retrocede. Vete a tu casa.<br />

Yo podía entrar a los cañaverales por cien sitios diferentes. ¿Qué me<br />

importaba el camino Pero el guardia decía algo misterioso. ¿Cómo iba a<br />

llegar por miles la fiebre si era una sola Me retiré. Entraría a Huanupata,<br />

averiguaría.<br />

Las chicherías y las puertas de las casas estaban cerradas. Vi gente<br />

subiendo la montaña, hacia el Apurímac. Iban a pie, a caballo y en burros.<br />

Llevaban a sus criaturas, los perros les seguían. Hasta las pequeñas<br />

cantinas donde expedían cañazo para los indios y mestizos viajeros<br />

estaban cerradas. El viento zarandeaba la malahoja de los techos, revolvía<br />

el polvo en las calles. Así era en las tardes, siempre, el aire de la quebrada.<br />

Pero esta vez, en el barrio vacío, el aire me envolvió, y como andaba rápido,<br />

pasé por las calles como flotando. Miraba de puerta en puerta. Vi un enrejado<br />

de palos, abierto. Entré a esa casa.<br />

Excrementos de animales cubrían el patio. Las moscas se arremolinaban<br />

en todas partes. El sol daba de lleno sobre unas mantas viejas, tendidas en<br />

1 El Padrenuestro.

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